Dragó

«Soy Fernando Sánchez Dragó, tengo setenta años, dos by-pass y tres cojones». Mediante esa audaz cuña publicitaria –el orden cuantificador de los dos últimos factores no se sabe si fue producto del yerro o de la provocación–, el veterano escritor con el corazón circunvalado y algo de sobrecarga genital promocionó en el programa de Buenafuente su informativo nocturno en Telemadrid. Ya se consideraba que el noticiero de Yanke era de autor, pero lo que va a venir ahora es directamente de erudito. Según dice nuestro Caballero del Escarabajo en su blog personal, se hará con los mandos del programa este lunes, por fin. Esperamos con ansia su estreno y le deseamos feliz andadura.

Dragó es un hombre extraño que, sin perder nunca la sonrisa, ha sabido granjearse con el tiempo una lista de enemigos sólo comparable en extensión a la de sus amigos. Cuenta con la aversión enconada de quienes no le perdonan que hiciera campaña electoral por el PP, ni que cinco años más tarde entrevistase al presidente sin ocultar un cierto compadreo, ni que hace apenas unos meses confesara en «Las noches blancas» ante Jiménez Losantos que profesa exactamente los mismos principios políticos que él. Pero también tiene la enemiga declarada de una cierta derecha circunspecta que considera venenosas sus doctrinas y se escandaliza porque afirma que es el hereje Prisciliano quien se halla enterrado en el finis terrae, o que le sienta bien fumar porros, o que gracias al sexo tántrico logra eyacular hacia dentro. Todo ese pastiche esotérico forma parte de las extravagancias del personaje y uno puede compartirlo o rechazarlo, pero en realidad no deja de ser algo secundario.

Lo que de verdad importa de Dragó es el destilado de auténtico liberalismo que se extrae de su facundia, de su incansable palabreo: cuántos hay que lo tachan de fatuo y pedante, y tienen como mínimo la misma fatuidad y egolatría, pero ni una pequeña parte de su tolerancia ni de su talento como conversador. Lo que de verdad importa de Dragó es esa independencia de criterio y ese carácter apaciguador que ha hecho siempre de sus programas un modelo de pluralismo, un pequeño parlamento de todas las tendencias políticas y literarias. No es fácil encontrar en este país a alguien que sea capaz de dedicar en un canal público de televisión una mesa redonda a la figura de José Antonio, y de entrevistar algo más tarde en otro canal público a Santiago Carrillo. Por mucho que algunas de sus demasías se presten a la imitación paródica, Dragó es una de las pocas personas serias que quedan en España.

 
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