Eutanasia, la muerte indigna

La joven Eluana Englaro llevaba 17 años en coma vegetativo, su vida acabó al tercer día de un riguroso ayuno: no la alimentaban, no la hidrataban. El señor Englaro haciendo uso de su potestad -otorgada por los jueces- consiguió lo que hacía años venía reclamando, la muerte de su hija. Sus motivos al parecer tenía: el estado deplorable en la que se hallaba y el hecho de que él había soportado mucho en todos esos años.

Preocupa de manera singular que el motivo de acabar con la vida de un ser humano sea la compasión, considerando que el enfermo ya no goza de sus habilidades físicas y mentales en pleno auge, y se olvida con facilidad que toda persona siempre es digna a pesar de hallarse en un estado lamentable.

La dignidad de Eluana, por lo visto, dependía de condiciones y de aptitudes que ya nunca volvería a disfrutar; su vida ya no tenía sentido, por lo que la injusta sentencia de muerte cayó sobre ella con el pretexto de solucionarlo con una ‘muerte digna’, tan esperada por sus familiares. La verdadera muerte digna sólo se puede alcanzar en el momento que llega de forma natural, en la que se respeta en grado sumo la dignidad propia de todo individuo.

Una cultura que no valora al ser humano por lo que es, sino por lo que tiene o pueda aportar al conjunto de la sociedad es una cultura llamada a la muerte. Bajo la supuesta compasión solidaria se alberga una actitud de evasión, egoísmo, y soberbia de querer ser el dueño de la vida y de la muerte, apropiándose de potestades divinas. En los países en los que impera el utilitarismo, los ancianos, enfermos y discapacitados son seres absolutamente indefensos ya que su sola existencia es declarada non grata; son personas cuya su presencia molesta y estorba al Estado y como gran remedio están destinadas a una muerte cruel, fría y demoledora.

Se precisan médicos y asistencia hospitalaria que protejan la vida; respetando al enfermo a pesar de que no tenga curación alguna; creando centros sanitarios donde los tratamientos paliativos estén al alcance de todas las personas que se hallen en su fase terminal, y desde allí, se les otorgue el trato que todo ser humano tiene derecho a recibir.

Al colectivo que añora ese morir con dignidad –amparándose en el derecho a establecer la fecha de su muerte, y el derecho a no sufrir, les transmito las palabras que el especialista en dolor crónico y anestesiólogo Ignacio Velázquez dice al respecto: “la prestación de cuidados paliativos a los enfermos terminales reduce notablemente las peticiones de suministro de eutanasia, ya que se logra la erradicación del dolor crónico y una mejora de la calidad de vida”. Añaden los expertos que la medicina actual puede controlar el dolor en el 96% de los casos. Y es que donde el enfermo se rodea de cariño, comprensión, y cuidado extremo, las solicitudes de eutanasia son prácticamente inexistentes.

La vida de Eluana no era una vida artificial, no dependía de máquinas para vivir, sí en cambio necesitaba ser alimentada, hidratada, cuidada y asistida como venía siendo lo habitual, pero el problema de soportar esa carga era demasiada pesada para aguantar, era preciso acabar con aquel insufrible dolor.

Bien se comprende que es desalentador ver que la enferma no mejora; que pasan los días, meses y años; y su estado va en detrimento; la esperanza se desvanece ante tan triste panorama; pero, poner fin a los tormentos con la muerte es huir de la realidad, es renunciar a enfrentarse al sufrimiento; es a fin de cuentas dejarse llevar por una auténtica desesperanza que no concluye nunca pues lo que a continuación acontece es un remordimiento que invade la capa más sublime del hombre: su conciencia.

Quizás lo que está ausente es la búsqueda del sentido del dolor, el misterio del sufrimiento –que bien merece una reflexión aparte- presente en la vida del hombre y que difícilmente puede eludir. Vienen a mi memoria tantos testimonios ejemplares, de personas que supieron aceptar -que no soportar– con profunda serenidad dentro de una agonía sin límites su enfermedad o la del familiar, transformando las pesadas cargas en valiosas oportunidades, con el fin de prepararse con paz y esperanza al tránsito a la otra vida. 

 

La muerte de Eluana no es un éxito, no se ha cumplido el derecho a una muerte digna.

Su marcha ha sido un autentico fracaso, se ha cometido una aberración con un mal uso de la libertad pues sólo se es realmente libre cuando se procura el bien y cuando se sabe respetar y comprender la verdad sobre el ser humano y su dignidad.

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