El Facebook asertivo

Zuckerberg creó su red social apenas superada la adolescencia, y ese espíritu de madurez aún no granada pervive netamente y nos impregna en tanto usuarios. Con Facebook cada cual se crea su pandilla, los conocidos son amigos, y los amigos de mis amigos también son mis amigos. Como en los grupetes de colegas, se trata de pasar el rato a ser posible en armonía. Y la mejor manera de favorecer esta concordia dispersa pero con vocación unánime es eliminar los factores que puedan perturbarla. Por eso, existe en Facebook el asentimiento no verbal que consiste en hacer clic en «me gusta», y el gusto queda reflejado en el icono del pulgar hacia arriba, pero no aparece la alternativa del «no me gusta», con un hipotético pulgar hacia abajo. Qué absurda asimetría. El disenso, o no se contempla, o se considera una descortesía excesiva como para darle cauce de expresión sintética, sin texto que lo haga explícito.

El caso es que continuamente le llegan a uno comentarios y enlaces de amigos/«amigos»/¿amigos? —gradación descendente en la amistad—, la mayoría de contenido político, a los que despacharía con un «no me gusta» expeditivo. Como no se puede, hay que redactar argumentadamente el porqué del desacuerdo, con la pereza que eso da tanto al que escribe como al que lee. Al fin y al cabo, Facebook no es un foro de debate, sino más bien un rosario de aquiescencias. Total, que quien calla otorga y el comentario o enlace de la discordia acaban dándose tácitamente por buenos. Con tal de no discutir… Cómo llevarle la contraria a quien engrosa el número de los llamados amigos. Y aquí volvemos al espíritu posadolescente de esta red social, porque al ya de por sí laxo concepto de amistad en cuanto a la extensión de sus límites, con círculos concéntricos casi infinitos, se añade la escasa profundidad en su ejercicio. Lo que subyace a la deliberada ausencia del «no me gusta» es la confusión de la lealtad con el gregarismo.

Un Facebook no lastrado por su inmadurez de origen estaría repleto de pulgares hacia abajo, sin que eso supusiera afrenta alguna, como debe ocurrir en la amistad verdadera. Es más, esta red debería contar incluso con una lista paralela de enemigos (o, al menos, rivales o adversarios), en la que se podría ingresar por ejemplo a partir de un número abultado de «no me gusta». Sería mucho más enriquecedor, pero no parece que fuera esa la idea germinal de Zuckerberg, quien según se dice sabe un rato de gente que no le quiere bien. Quizá por eso se cuidó de darle a su creación la irrealidad de las amistades livianas, aquellas que excluyen de raíz cualquier antipatía. Me parece mucho más interesante un planteamiento como el de Leopoldo Panero —padre—, quien tituló uno de sus libros Epístolas para mis amigos y enemigos mejores. Ahí está la clave. Ni los amigos deben dejar de serlo por discrepancias ocasionales ni a los enemigos tenemos que apartarlos del trato, porque al cabo nos complementan. El Facebook asertivo que tenemos es poco apropiado para adultos.

 
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