Fascismo “Goebbeliano”

Hay entre la clase política más embusteros compulsivos que en La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón, que inspiró, por partida doble, Le menteur de Pierre Corneille y El mentiroso de Goldoni. Son las petulantes ventajas de tener un hijo en edad escolar que se resiste a aceptar que Cervantes nunca escribió en el diario Marca.

Las “verdades” oficiales se han convertido en dogmas paganos de fe. O lo tomas, o lo dejas (como el título de la chusquera canción de los Ángeles del Infierno); pero que nadie ose racionalizarlas, porque los señuelos demagógicos no son materia susceptible de someter a discusión, ni tampoco a las leyes de la lógica y el discernimiento. Así de irrebatible e incontestable es el alucinógeno de la propaganda.

Acostumbrados como estamos a escuchar a diario tantas sandeces, lo de menos es que la vice Salgado haya dicho que «ya no hay crisis», y que la vice de la Vega haya apostillado que «ya estamos en la recuperación económica». Lo de más y más inadmisible es el menosprecio intelectual y la provocación que encierra el hecho en sí que supone dar por supuesto que todos los administrados somos gilipollas.

La indignidad es el adjetivo más light que se me ocurre cuando imagino cuál habrá sido la reacción de los 4 millones y medio de parados, como los desencantados protagonistas de Los lunes al sol, que han escuchado, perplejos, a las susodichas; del millar de trabajadores que hoy se quedarán sin empleo; y del millón largo de familias que tienen cero ingresos, muchas de las cuales se convertirán -¡Qué remedio!- en clientes asiduos de los comedores sociales. 

Sí, ya sé que el principio propagandístico de la “vulgarización” considera un axioma irrefutable que la capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa. Pero una cosa es repasar la historia de los gobiernos que hicieron del agit prop y de las consignas indiscriminadas su modus viviendi, y otra bien distinta que nos sintamos partícipes en tiempo presente de la tomadura de pelo.

Vivimos en un tiempo de pensamiento único al que este cronista sólo encuentra dos explicaciones, a cada cual de ellas más frustrante: o bien que ya nadie se molesta en pensar – ¡Qué pereza!-, o bien que alguien piensa por todos Los santos inocentes “Delibesianos” juntos, aprovechando la vaguería mental de la masa claudicante.

Se explica así que en esta Era retrógrada de democracias orgánicas la esencia del discurso político haya ido devaluándose y perdiendo importancia, ya que son los medios de comunicación los que se arrogan la ilegitima facultad de moldear la interpretación teledirigida y la respuesta previsible del pueblo inerme, dando pábulo a verdades oficiales, mentiras absolutas, juicios de valor interesados y distorsiones de una realidad premeditadamente desfigurada incapaz de reconocerse a sí misma.

Estamos manteniendo a un presidente del Gobierno y a 17 ministros (con sus correspondientes secretarios generales, directores, asesores, secretarias y choferesas), que no son más que órganos de propaganda de Zetapé que se dedican a “anexar” las consignas delirantes de Moncloa.

Zapatero es consciente de que cuando uno deja de creer en Dios, está predispuesto a creer, en adelante, en cualquier cosa. Y mucho me temo que está empezando a hacerse ilusiones. Lo malo es que su mesianismo suicida y sus cálculos político-electorales están poniéndoselo a huevo de avestruz a los gurús apocalípticos que predicen el fin del mundo a no más tardar en 2012. Claro que con un poco de suerte, a ver si todo el tinglado se va a la mierda a no más tardar y así no tenemos que votar en las próximas elecciones generales.

 
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