Genealogía lucrativa

¿Puede uno elegir a sus ancestros? Diríase que no, que vienen incluidos en ese misterioso y heterogéneo paquete de asignaciones previas a nuestra voluntad, como el lugar o el momento en que se nace, la propensión a la alopecia o la (in)capacidad de formar un canuto con la lengua entre los labios. Ahora, en habiendo una sustanciosa cantidad de dinero en juego, se podría, llegado el caso, emular la consistencia del cáñamo con el apéndice bucal, procurarse una recia y sedosa cabellera, haber nacido antes de ayer en los Antípodas, o proclamar que se desciende por línea directa de Nabucodonosor, si es necesario.   Menos atrás en el tiempo —no por pereza, sino por el escaso rédito del monarca babilonio— se ha ido Kathleen McGowan, una californiana que dice pertenecer a la supuesta progenie de Jesucristo y María Magdalena. Y ha esperado cuarenta y tres años, los que tiene, para ofrecer al mundo una revelación como ésa. Si por mis venas corriera tamaña sangre, les aseguro que lo habría aireado aun antes de tener uso de razón: mis primeros vagidos de bebé, mis primeros pataleos, mis primeros garabatos irían impregnados con orgullo de la pasmosa filiación. Y no otra sería mi primera frase articulada: «¿Sabéis quiénes eran los papás de los papás de los papás de los papás de mis papás?».              Pero Kathleen McGowan ha sido poco avispada, por prudencia o por discreción, y ha dejado que, siendo la legítima heredera, se le adelante Dan Brown con una exclusiva tan divina y tan jugosa. Tanto, que no sólo le ha reportado al autor de El código Da Vinci unos beneficios astronómicos, sino que, aún mucho más importante, mereció hace poco un hueco en el imprescindible Aquí hay tomate, al mismo nivel informativo que la aventura isleña de Pipi Estrada o las tribulaciones de Isabel Pantoja por el paradero judicial de su «novio». Qué lástima. Ella, Kathleen, que podía haberse llevado el loor y la guita con una primicia que tenía en casa, se la dejó arrebatar por un simple advenedizo...   Le queda como consuelo que la editorial norteamericana Simon & Schuster vaya a sacar 250.000 ejemplares de su novela La elegida, y que destine más de 200.000 euros a su promoción. Todo esfuerzo será escaso para que llegue al público el relato, en parte biográfico, de esta mujer que tuvo por primera vez una visión de su ascendiente en 1997, y desde entonces ha vuelto a recibir a menudo su visita. Por curiosidad, he comparado una foto de la escritora con la arquetípica Magdalena penitente de Pedro de Mena, para rastrear algún parecido de familia. No he hallado ninguno. Aparte de que Kathleen McGowan no viste sayal de esparto sino ropa de satén, me ha parecido que tiene una cara más grande. Pero mucho más grande. 

 
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