El Himno

Es bonito, alegre y animoso. Emotivo para unos y para otros. Combina bien con la rojigualda. Suena a triunfo, dignidad, libertad y solidaridad. Suena a ideales, valores, nobleza. A fiesta nacional, a expresividad, a viveza. Suena a unión de culturas bajo un mismo techo, a hermanamiento natural, a trabajo mutuo por un bien común. Suena a unidad.

La ley electoral dota a las minorías nacionalistas de todos los recursos necesarios para propagarse hasta el infinito predicando que son mucho más de lo que en realidad son. Les permite así jugar a chantajear al poder en busca de mayor influencia. Defendiendo políticas incendiarias carentes de sentido en un país democrático, serio y sólido, consiguen calar en la sociedad muchas ideas distorsionadas, abundantes manipulaciones históricas y llamativas mentiras de destrucción masiva. Hasta el punto de que los no nacionalistas vivimos muchas veces bajo la presión política de no atrevernos a manifestar el cariño que sentimos hacia la que es nuestra única nación. Hasta el punto de que tanto la derecha como la izquierda toleran cómplices a los nacionalistas cuando teledirigen sin rubor a niños y jóvenes desde las escuelas.

En las comunidades como en la que resido donde el nacionalismo es maleducado, torpe y faltón y donde es imposible discrepar con sus representantes sin recibir el insulto, el desprecio o incluso la amenaza, sorprende la picaresca de la reacción popular cuando necesita reivindicar su amor a España. Aquí apenas ha habido distinción en las políticas de derechas e izquierdas. Entre ambos se han encargado de alejarse del sentir del pueblo, de alimentar la imposición del idioma local, y de dar aliento una y otra vez a un marginado y dividido nacionalismo –hasta llevarlo al poder por obra y gracia de la mencionada ley electoral y por el travestismo político socialista-. Así, el pueblo, harto de una clase política traidora y cobarde, aprovecha situaciones como los triunfos de la Selección Española para dar rienda suelta a algo tan natural como agitar su propia bandera y corear su grandeza. Algunos lo llaman “el efecto Marca”.

Eso que los nacionalistas hacen a diario tomando las calles y universidades con sus banderas y pancartas, otros no pueden hacerlo con tranquilidad. Todo forma parte de una estúpida y reciente convención política, repetida hasta la saciedad por los nacionalistas, que presupone un sentimiento de culpabilidad a los símbolos españoles. Pero tienen estos radicales de la boina un fallo de cálculo: el tiempo pasa y muchos de los votantes actuales no hemos vivido ni sufrido más represión que la de sus banderas sobre las españolas, ni más agresión que sus asesinatos por la espalda –o su complicidad con sus autores- por creer en España.

Anoche, perdido en una marea de “blogs” que tratan desde diversas perspectivas el tema de los nacionalismos, me topé con un autor, cuyo nombre no recuerdo, que terminaba su discurso con un sereno “creo que ha llegado el momento de exhibir a España”. Y me vino a la cabeza el alboroto que se ha formado por culpa de que la histórica manifestación del pasado fin de semana culminase con el himno de España. Quienes han protestado por ello no han sido sólo los ultras nacionalistas, sino los socialistas, a los que hace tiempo que se les cayó, al menos, la letra “E” de sus siglas. Por eso pensé que el “bloguero” –es una sugerencia gratuita para futuras actualizaciones en la RAE- tiene toda la razón. Ha llegado la hora de desenterrar los símbolos españoles y volver a colgarlos de las ventanas como en una tarde de fiesta, volver a corearlos en las calles cuando sea oportuno. Como sucede en cualquier país normal. Con naturalidad y serenidad. Sin odios, ni rencores. Y el PSO sin “E” –y el PP donde más le duela- deberá recuperar esa letra y apoyar que donde haya dos españoles juntos pueda escucharse solemnemente y con libertad su himno sin causar el más mínimo revuelo. Y deberá reconocer -¿a qué nivel de bajeza están llegando nuestros malditos políticos?- que una manifestación contra el terrorismo es el momento más adecuado del mundo para que a su término suene el himno de España. Quienes lo niegan, en realidad, demuestran que lo que no les parece bien no es el momento ni el lugar, sino el propio himno.

Es sencillo: amamos a España, su himno y su bandera, porque hemos nacido aquí –o porque vivimos aquí- y porque nos sentimos orgullosos del devenir de nuestra historia, como tal vez amaríamos a Francia o a Estados Unidos de haber nacido en sus territorios. Y por eso, y más aún dadas las circunstancias, no cabe duda de que es hora de exhibir con naturalidad y sano anhelo de unidad las banderas y el himno de España también cuando no juega la Selección.

 
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