Historia de Susanita y de Gonzalo - La crisálida de mármol - Sentimientos intensos y finales felices

Alguna tarde me acercaré a la parroquia de los jesuitas de Serrano para ver a Gonzalo revestido de devoto inusual. Es fácil de reconocer: ahora que es verano, lleva linos, versión azul o 'greige'. Le costó mucho ingresar en la trama del lino pero ya incluso fantasea con el movimiento erróneo de comprarse un panamá. En la iglesia, es casi seguro que canta poco y echa menos aún en el cepillo. Habitará los últimos bancos en penumbra, sabiéndose un poco indigno, un poco sospechoso, bastante pecador. Las turbulencias amorosas le han llevado a la iglesia y eso está bien porque suelen llevar más bien a la ginebra. Allí, cualquiera le tomaría por espía del CNI haciendo trabajo de campo. Él, que es hombre susceptible, seguro que acusa mucho las miradas escépticas de las devotas de más veteranía.

Las turbulencias amorosas, también, le han llevado a ser un poco pesado entre los amigos. Sin que se dé cuenta, dejamos poco a poco de llamarle. Le excluimos de las cenas más felices. Pasamos por alto la fecha de su cumpleaños. En palabras de La Rochefoucauld, agradecemos al Señor que nos haya dado fortaleza suficiente para soportar la desgracia ajena. Antes o después, Gonzalo emite un maullido de atención -"por favor, come conmigo, pago yo"- y le preguntamos qué tal lleva lo suyo. Le preguntamos por su amor como si fuera la quimioterapia. Él sonríe sin afán, suspira un poco, articula una consideración dolorida sobre el mundo -como si el mundo fuese un sitio muy lejano. Se deshace en suavidades, contrariedades y lamentos. Le apena dar pena y darse pena y todo se retroalimenta de un modo aparatoso. El otro día, sorbió en medio minuto dos batidos de plátano king size, estuvo reconcentrado y poco hablador -quiero decir que no fue tan cotilla como suele. Su corazón estaba en otra parte, en un ingenuo paraíso, en una biosfera ideal de manos juntas, palpitaciones concordantes, suspiros significativos y palabras que no hace falta decir. Su corazón estaba ahí, a la querencia de tu almo maternal -y tú, Susanita, estabas en otra parte. Siempre es un misterio, saber dónde están ellas cuando uno sufre y empieza a escuchar el móvil con los ojos. Después, quien nos llama es un pesado.

En la prensa se ha hablado mucho últimamente de Navarra, de los festivales de verano, de las tensiones anglo-rusas y de la relación entre Gonzalo y Susanita. Gonzalo ha iniciado su campaña de mercadotecnia amorosa sobornando a los amigos para escribir artículos y después agavillarlos todos y presentárselos a la joven, que pensará que Gonzalo tiene amigos que son buenas personas y excelentes mamporreros. No creas, no, Susana: sólo a los postres de la tercera cena en Horcher me arrancó el sí. Pero eso también quiere decir que está dispuesto a hacer lo que sea para que le vuelvas a invitar a La Galette y para que le lleves en coche de aquí para allá, que siempre ha sido su táctica principal de ligoteo, junto a las tácticas vicarias de alabarte poco, tratarte fríamente y despistar. Pese a todo, sólo tú podías convertirlo en hombre desde su condición de cucaracha -yo suelo llamarle cucaracha. Eres, tal vez, la única persona de la que le he oído hablar bien. El amor es milagroso.

Tengo por buen amigo, a la cucaracha, y le he intentado disuadir de exponerse al ridículo. Las mujeres sois máquinas de doler y no hago más que subrayarle la opción del celibato apostólico -hay por ahí monasterios excelentes y los benedictinos comen con alcohol. Lo he intentado todo porque me parecía escandaloso que alguien tan astuto y trepador -tan cucaracha- de pronto se convirtiera en un ser sentimental, vaporoso y vulnerable. Le he sugerido que prefiera el éxito a la decepción, en general. Le he recomendado seguir el camino del poder y la ambición, que hasta ahora tanto le entretenían. Le he intentado hacer ver que el mundo sobreabunda de mujeres maravillosas, guapísimas, buenas, católicas, divertidas, lectoras de Shakespeare, ricas, preparadas, de buena familia, con ojos color ensueño y piernas de acabado perfectamente sinuoso. Si el amor fuese una ecuación, todos se enamorarían de Susanita, y de hecho a Gonzalo le hemos planteado que cómo se atreve una cucaracha a acercarse a ti con esperanzas. No en vano, todos sabemos el papel que a ti te reservaban en los belenes del colegio -y a Gonzalo le tocaba, Navidad tras Navidad, el papel de carbonero.

Tal vez pienses, Susana, que Gonzalo no es un hombre maravilloso. En eso hay amplio acuerdo. Tal vez lamentes que en sus cartas de amor no haya un gramo del esperado patetismo: hablamos de un tipo orgulloso, sorprendentemente. Por supuesto, si se llega a arrastrar, no te lo creas del todo. Puede llegar a ser muy cucaracha. Pero te diré algo más importante, y es que si Gonzalo no te sirve, cualquiera te va a decepcionar. Por supuesto, habrá hombres estupendos por ahí. Dicen que los islandeses son gente cortés, generosa, amante y educada. El problema no es ese sino que -como decía no sé si Vauvenargues o La Bruyère-, uno nunca va a conseguir que le quieran como quiere ser querido. Eso es imposible, y ahí ya da igual que hablemos de un hombre o de una cucaracha. Existe el amor del bueno pero está en amplia competencia con el amor propio, la vanidad, la tendencia a la pelea y la pereza. Por eso, generalmente, lo mejor es que optéis por quien os quiere y da apariencia de esforzarse en quereros, se ha cegado lo suficiente para no mirar a otras, os encuentra guapas como los toros a las vacas, es solvente para cenas e hipotecas y no varía mucho entre los lunes y los sábados. Entiendo que no sean argumentos hondamente románticos -para Gonzalo, el romanticismo es compartir a toda velocidad un sándwich de pollo. No son argumentos románticos pero ya es opinión pública que Gonzalo te quiere y, pese a las limitaciones de las cucarachas, al tribunal de los amigos le consta que te quiere bastante bien, con la ingenuidad que viene al caso. De momento, sólo tiene el mérito de sufrir y esas inteligencias supletorias del corazón enamorado -la campaña de artículos, por ejemplo. Eso ya es algo. Además, es un hombre atento con los niños, y seguro que tiene muchas otras virtudes ocultas en ese vertedero que suele tener por corazón. Pero su mayor ventaja es que tú estás enamorada de él, por mucho que te hagas la glacial, y eso hará que te sirva y que lo vayas encontrando harto maravilloso, igual que su imagen vuelve a ti cuando te quedas sola. Lo siento mucho, pero ni siquiera sería una decisión muy alocada. Como conservadora, entenderás que la felicidad tiene ribetes dorados pero es algo muy pragmático.

Entre la exigencia y la súplica, Susana, somos muchos los amigos de Gonzalo a los que todo esto nos empieza a causar un hondo tedio. Sal de tu crisálida de mármol. No te vamos a reprochar ni tu desdén antiguo ni tu amor renovado. Ya has logrado quedar como difícil. No siempre dar un sí es claudicar. No te regodees en el halago de sentirte querida porque el corazón humano es inconsistente y, en cualquier momento, esa cucaracha que te ha dicho 'ya enviudarás', se cruzará con una azafata de congreso y entonces serás tú la melancólica. En fin, no le des lecciones a Gonzalo a costa de tu propia felicidad. Él ya sabe que no puede jugar contigo. Como es un poco torpe, en general, ha tardado en aprenderlo, y ahora está ahí reducido a la condición de cucaracha que gime, con las patitas al aire. A veces, al margen de la vergüenza ajena, llega a causar cierta piedad. Por lo demás, los amigos veríamos de muy buen grado que te integraras a un grupo excesivamente masculino y, por lo tanto, en parte inclinado a la rudeza. Hacéis una excelente pareja aunque, como en todas las parejas, a tu lado él parezca un poco piernas. Hazle algo de caso o te va a empezar a mandar poemas y ya todos sabemos que escribir se le da mal. No olvides, Susana, que los finales felices son los más bonitos, ni desaproveches la ocasión para hacer de la vida una canción de Julio Iglesias.

 
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