Homenaje a Bea

Bea vivía con Juan Carlos en un municipio del sur de Madrid. Llevaban dos años casados. Trabajaban por y para España. Ella era agente del Cuerpo Nacional de Policía y él, guardia civil. Compartían confidencias, trabajo y, lo que es más importante, tenían planes de futuro. Se querían.

Todo era perfecto. Orfeo y Eurídice no tendrían nada que envidiarles. Quienes les conocían veían en ellos la pareja ideal. ¿Cómo se podían querer tanto?, era la pregunta más común. Juan Carlos y Bea, Bea y Juan Carlos. A su alrededor, el verbo amar se quedaba pequeño. Les gustaba, y escuchaban a menudo, la canción de Joaquín Sabina. ‘Y nos dieron las diez’, se llama. Era su preferida. Pero como tantas historias de amor, al menos las bellas, la suya, acabó también en tragedia.

30 de julio. Bea se levanta como todos los días para ir a trabajar en lo que más le gusta: montar a caballo como policía. Se despidió de Juan Carlos en el garaje y partió hacia la Casa de Campo, sede del Escuadrón de Caballería. Se celebraba la clausura del curso, y los jinetes que no participaron en la exhibición salieron a entrenar. Bea no montaba su caballo, ‘Vaporoso’, que se encontraba en la Expo de Zaragoza, y tuvo que coger otra montura, ‘River Plate’.

El animal, muy nervioso y de reacciones imprevisibles, tiró a Bea de la silla con tan mala fortuna de que se golpeó con la cabeza en el suelo. No llevaba casco. Ella había ido a comprar uno de su bolsillo. De color azul, para que le dejasen llevarlo en el trabajo, le decía a su marido. Sin embargo, sus jefes no se lo permitieron. Juan Carlos recibió la llamada a mitad de la mañana. Unas horas más tarde, Bea fallecía en el hospital Clínico. Tenía 32 años.

Juan Carlos tenía dos opciones a partir de ese momento: una, tirar la toalla; otra, luchar porque lo que le pasó a la persona que más ha querido no vuelva a suceder. Optó por la segunda, e inició una cruzada para que todos los compañeros de Bea tuvieran también su casco.

Siempre es duro ver cómo se aleja el tren, y que la persona que más deseas se marcha en él. Pero él es fuerte. Por fuera y por dentro. Su entereza admira a todo aquel que tiene la oportunidad de conocerle. Hay personas con un don: vivir cada día al máximo, sin permitir que su presente y futuro se paren en un trágico accidente. Celebran cada amanecer y transmiten seguridad a los de alrededor. Así es Juan Carlos.

Empezó a recoger firmas para que los 230 compañeros de Bea llevasen casco de manera obligatoria. Comenzó con 1.000 adhesiones. Cada firma era un triunfo y provocaba una sonrisa en su rostro. Luego, 2.000, 3.000, 4.000… Lo hacía por Bea. Mientras, nadie investigaba lo ocurrido, como se debe aplicar en caso de fallecimiento en acto de servicio. Nadie le daba el pésame. Pero él seguía su batalla. Tuvo momentos de flaqueza, pero logró vencerlos.

Juan Carlos ha conseguido 17.399 firmas. Su petición era que la Policía destinara 35.000 euros a comprar los cascos necesarios, que cuestan 360 euros por unidad. Unas cifras irrelevantes si lo que se trata es de garantizar la seguridad (y la vida) de los agentes. Ese fue el precio de la vida de Bea.

No estás solo, Juan Carlos. Tienes a los que te quieren, a los tuyos. Que son muchos. Pero, sobre todo, cuenta con los que te admiramos y nos identificamos con tu lucha. Tú has dicho: “hemos pagado un precio muy caro”, pero hoy, gracias a ti, se van a salvar otras vidas.

 

Ahora, cumple tu sueño: diplómate. Seguro que, desde ahí arriba, Bea se sentirá muy orgullosa.

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