Hugo Napoleón Bolívar

Nerviosos y risueños como dos adolescentes que inauguran noviazgo, Zapatero y Chávez sonreían a las cámaras entre arrobos de enamoramiento intelectual, casi dispuestos a emprender una cumbia, un vals, un rigodón, un baile muy pegado de pareja por los salones de El Pardo.

En un momento diplomático que debería ser de contrición y enmienda, Chávez recala en España camino de Irán y Libia para confirmar nuestro alineamiento con los parias políticos de la tierra. Moratinos también anduvo en el cortejo; reincidente en su estulticia, irremediable.

Los últimos cables de Exteriores ordenan sumarse a toda causa perdida, siempre que sea corrupta. Los venezolanos en el exilio se unirán así a saharauis, guineanos, cubanos y colombianos para inquirir con la mirada los porqués de la traición.

En Europa no querríamos a Chávez ni para presidir una comunidad de vecinos, pero nuestra socialdemocracia recupera con él aquel sabor selvático de las revoluciones. Los antimilitaristas jalean al coronel, los ministros celebran al golpista; ríe y ríe la prensa, obediente y dócil, ante el Napoleón de tierra caliente.

Refractario a lo que aquí se entiende –se entendía- por democracia, Chávez juró su cargo sobre una ‘constitucion moribunda’ para después cortarse una nueva a su medida. Olvidó la mala sierpe su carga de muertos, cambió el nombre al país y afrontó su gobierno con lo que se ha dado en llamar petropulismo: un muestrario de retales de todas las utopías, donde se mezclan el indigenismo y la teología caribeña, los soldados en las calles y las maletas rebosantes de un dinero tiznado de petróleo.

A su lado prosperan amigos interesados y funcionarios fieles sólo a las prebendas; a su frente, Chávez tiene una ‘Coordinadora Democrática’ que opone sentido común contra el humor variable de Tirano Banderas. La utopía en Venezuela es ser tendero, pequeño empresario, clase media de sueños cortos.

Chávez hipnotiza a líderes y masas y comercia con éxito el anacronismo de su voluntad política. Simón Bolívar repite su figura heroica en una farsa con sangre verdadera, hecho carne a través de un manojo de voz y malos modos. Chávez convierte en intelectual a Fidel Castro y a Obiang en un Catón. Respecto del petróleo y su mal fario, siempre le pueden preguntar a Noruega. 

Avisada del peligro de los nuevos populismos, Europa tendría en Chávez su triaca perfecta por el abusivo precio de alojarlo aquí y aguantar su discurseo. Más bien parece que a los comunistas sentimentales que aún perviven se les unen gentes sin noción de responsabilidad.

Los revolucionarios de ambas orillas se premian a sí mismos, ríen y ríen juntos gracias sin gracia, y la Universidad Complutense, un cadáver movido por cinco siglos de inercia, entrega su medalla al ogro en figura de caimán. Al final sólo queda morirse, y a otra cosa.

 
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