De Juana y la implosión terrorista

Existe un concepto instrumental de la justicia que nunca admiten los responsables de administrarla, pero que es fácilmente deducible de las razones vergonzantes con que justifican su proceder. Por si no fuera nauseabunda la agregación de beneficios penitenciarios de Ignacio de Juana, pese a su nulo arrepentimiento, y la sentencia del Supremo que reducía la condena de cárcel a su mínima expresión –a veces, como advertía el clásico, summum ius, summa iniuria–, el Gobierno ha intervenido con un acto discrecional que Rubalcaba asume como propio. Si la concesión del segundo grado al asesino relapso estuviese exenta de sospechas instrumentales, el ministro no hubiera tenido que referirse al carácter controvertido de la decisión, y tampoco hubiese apelado a la humanidad ni a la inteligencia. Algo que no hizo Mayor Oreja –y todos los españoles entendimos por qué– cuando el primero de esos dos motivos llegó a adquirir una fuerza persuasiva infinitamente dolorosa con el secuestro de Miguel Ángel Blanco.

La bufonada del ayuno ha procurado al ardoroso gudari un alivio más que considerable de su situación penal, pero sobre todo nos ha servido a los españoles para verificar el desarme absoluto –éste sí– del Estado de derecho ante la extorsión alimentaria de un asesino político. Y ese desarme de la ley no viene determinado por la falta de recursos, sino por una voluntad suicida de bloquear los engranajes que hacen funcionar las instituciones. En otro contexto menos propicio, ningún etarra se hubiera declarado en huelga de hambre para lograr cualesquiera de sus encanallados fines. La mejor prueba es que nunca ha ocurrido: De Juana es un pionero. Ahora bien, frente a quienes pretenden hallar la determinación gallarda del mártir en su protesta autolesiva, considérese que la ha llevado a cabo en pleno proceso negociador con la banda y que, por tanto, existían bastantes probabilidades de que su táctica funcionase. En una partida con las cartas marcadas, ha apostado poco (masa muscular) y ha ganado mucho (impunidad a espuertas).

El corolario es obvio y todos lo tenemos en la cabeza: con tal precedente, lo lógico es que a partir de ahora cada uno de los presos de ETA se declare en huelga de hambre hasta gozar de los mismos beneficios que De Juana. Como cuesta creer que este Gobierno pudiese alcanzar tales cotas de indecencia en caso de que actuara así, prefiero aventurar una hipótesis interpretativa que quizá case con el maquiavelismo del ministro de Interior. Conociéndolo, no hay que excluir el hecho de que quiera emplear a De Juana como señuelo para que los demás asesinos recluidos en las cárceles emprendan protestas similares. Ya que nunca han ejercido de kamikazes, sería la única forma de que practicaran el terrorismo contra sí mismos, contra sus cuerpos, y acaso nos sorprenda Rubalcaba con la negación sistemática e implacable a satisfacer sus deseos. Si los etarras de verdad fueran valientes, llegarían hasta el final. Ellos obtendrían el reconocimiento, por parte de los suyos, de una muerte gloriosa. Nosotros, el final del problema después de un insólito proceso de implosión.

 
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