Jugando con fuego

El problema más grave de escribir artículos de opinión es precisamente opinar, sobre todo cuando las ideas se convierten en vómitos.

Acabo de asistir a la proyección de la cuarta película de Alejandro Amenábar y sólo puedo escribir en silencio. Las palabras titubean, al circular por alguno de los pasadizos internos por los que deambuló Ramón Sampedro en la cárcel de su tetraplejia. Treinta años de lucha para conseguir el laurel de la muerte. Contradicción de una película, aparentemente luminosa y vitalista que conduce al espectador hacia el oscuro encuentro con la Nada. Durante las próximas semanas se hablará mucho de Mar Adentro.

Aprovechando el “tirón” del lanzamiento, las televisiones repetirán  una y otra vez  testimonios lacrimosos de biografías interrumpidas por el punto y aparte de un accidente. El propio Presidente del Gobierno ha compartido foto y “premier” junto a Amenábar y Bardem como preludio de un debate que al parecer incluye en el guión de sus prioridades. Una sociedad “progresista” como la que lidera Zapatero ha de facilitar el derecho a morir con dignidad. Más tarde esa misma sociedad defenderá el derecho a decidir a quién hay que  guiar hasta la muerte  sin pedir permiso. ¿No recuerda demasiado a las teorías que fundamentaron la eugenesia nazi sobre las vidas humanas sin valor vital, “das lebensunwerte Leben”?....

Sobra alabar el talento de Amenábar. Domina su oficio. La película encierra una admirable dirección de actores, un impactante trabajo fotográfico y una arriesgada apuesta dramática y moral que el director asume hasta las últimas consecuencias. Esta decisión impide la neutralidad. Amenábar apoya lo que considera un derecho al suicidio.

Jugamos con fuego. La libertad sin límites quema. La autonomía para decidir el cómo, dónde y de qué forma morir ha llevado a terroristas chechenos a terminar con la vida de cientos de personas en el colegio de Osetia. La justificación de la libertad sin límites morales o legales puede conducir a la  tragedia cuando se lleva hasta el extremo.

Mar adentro no dejará a nadie indiferente. Escribir  ayuda a cicatrizar las ideas. Pienso ahora en Andrés y Jorge, residentes del Hospital de Parapléjicos de Toledo. Los dos comparten baloncesto y lesión medular de por vida. Ninguno supera los 25 años. Comprenden las razones de Sampedro, pero no firman su guión. Se afanan por recobrar la dignidad arrebatada por un accidente. Junto a ellos se comprueba que basta compartir unos instantes con una persona enamorada de la vida para desbancar moles de amargura. Qué distinto sería si al mirarnos  cada mañana  al espejo comenzáramos a parecernos a nuestras convicciones.

Allá donde navegue ahora Ramón Sampedro quizás pondría otro epílogo a la película de Amenábar.

 
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