De Lepanto a la Eurocopa

Una vanidad que busca su satisfacción no es capaz de tanta certeza como han tenido esos jugadores de fútbol españoles. Con no poca frecuencia seguimos el fútbol por su lado de comedia: el que lo era todo y ahora cae, tantos prestigios volátiles, tantos ídolos de consumo instantáneo, sometidos al seguimiento siempre equívoco de la prensa como objetos que pierden individualidad pero ganan dinero. Al tiempo, ha habido no pocas alegrías genuinas en la victoria de España, no pocas ilusiones, seguramente no pocos recuerdos hacia esos compatriotas en cuyos pueblos quedaba de mal tono salir a celebrarlo. Al menos en Madrid, el ambiente fue como era el carnaval: hermandad y desinhibición. Alguno se pregunta que si esto es la Eurocopa, cómo sería Lepanto. Las demás competiciones no tienen esta épica. Lo magnánimo era tomarse una copa y acordarse de la miseria de los  Urkullus y demás. Tantas buenas gentes de España han hecho así.

La ejemplaridad del deporte quizá no conoce el espíritu tan caballero de otros tiempos pero hay una superioridad moral en ganar y jugar bien. Esa es una virtud diferencial. Sin entender mucho de fútbol, todo ha sido más que una armonización de egos: he ahí a unos jóvenes capaces de tanta concentración y tanto deseo, tanto sacrificio y tanto temple. No es injusto dar una repercusión simbólica mayúscula a la victoria como no es injusto mecerse en una euforia tan esperada como una mayoría de edad.

Es mucho lo que han conseguido estos muchachos para España: no es menor que hayan conseguido todas las portadas de la prensa mundial. La razón es que los prestigios nacionales van cambiando o al menos van sumando vertientes que hasta ahora no aparecían: poder económico, poder intelectual, poder militar, sí, pero también la cocina, la lengua, la música, el deporte. Esos son los nuevos instrumentos de la diplomacia pública en el Exterior, como demuestran tantas personalidades en el palco de Viena. A modo de ejemplo, los deportistas balcánicos más sobresalientes han representado lo mejor -la juventud, el esfuerzo, la competitividad- de países que en otros órdenes resultan problemáticos. En un par de décadas, España ha pasado del prosaísmo deportivo a tener muchas gentes de fama, esfuerzo y arraigo en todas las competiciones deportivas, como embajadas volantes de nuestro país, su lado de juventud y despertar, con la nota del desarrollo humano que conlleva la gestación de tantos éxitos. De puertas adentro, el sentimiento puede ser de un patriotismo que busca sus pretextos o, aún mejor, el de la autoestima propiciada por las cosas bien hechas. En el mismo esfuerzo fonológico, el español no es Landa sino que es Nadal. El contento de lo propio no es inútil cuando hablamos además de un país propenso a fatalismos. Ejemplo práctico: el éxito de la selección nacional de alguna manera dificultará la fragmentación de un único equipo en distintas selecciones autonómicas. Como se indicaba, tampoco es lo mismo ganar que ganar bien. Ahí hemos tenido a Alonso, a Nadal, a los futbolistas: su buen comportamiento general mostraba los valores reales del deporte, su magnanimidad es la mejor reputación.

Globalmente, España sigue subiendo en buena percepción, pese a tantas dificultades reales y algunas turbulencias interiores. En deporte es algo mayúsculo, por contraste con países poderosos y vecinos que están o no están en crisis pero a los que al menos podemos tutear. La bandera española en Roland Garros o en la culta Viena es un activo indicativo de las energías vitales más reales de un país. Es objeto de simpatías, de admiraciones, símbolo de algunas grandezas. Esto no es Cervantes ni Velázquez ni implica que seamos un país pionero en I+D. Sí implica una voluntad capaz de muchas cosas, resumen de años felices. Tiene una importancia objetiva y real, nos guste o no nos guste ser juzgados por esto. La euforia es merecida y es de ley. Al salir de España, vemos que estas gestas deportivas son las que generan el respeto popular en un tabernero irlandés o en un pizzero de Italia o de Argentina. Un país deportista tiene valores y connotaciones positivas: jovialidad, creatividad, esfuerzo, éxito. No se sabe a cuántos premios Nobel equivale el ganar una Eurocopa. Pero, en todo caso, el deporte es una herramienta de utilidad para la diplomacia pública, interna y externa. Este es otro motivo de celebración.

 
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