Misiva de destrucción masiva

El género epistolar suele ser cauce de cortesías o de requiebros, pero ni una cosa ni mucho menos la otra podemos decir que abunde en la carta que le ha enviado a Bush el presidente iraní Ahmadineyad. De quien ha elevado la provocación y el dislate a línea argumental básica de su política exterior no podían esperarse lindezas. En el nombre de Alá, el grande, el misericordioso, le ha endilgado al mandatario norteamericano dieciocho folios de perorata para recordarle la doctrina básica del sentir antioccidental. Creo que ya se la sabía. Como para no.   Instalado en la creencia de que el mensaje se transmite de iluminado a iluminado, Ahmadineyad reflexiona morosamente sobre la incompatibilidad de la fe cristiana, que predica la paz y el amor al enemigo, con el dolor que la política agresora de Estados Unidos causa a determinados pueblos. Apelar a esos nodos donde se imbrican los aspectos conflictivos de la realidad y en los cuales se originan los cargos de conciencia es una buena manera de dejar conceptualmente inerme al enemigo mientras se le fulmina. La legítima defensa, cuando es necesario aplicarla, viene determinada por una ética de la responsabilidad, no por el regusto sádico de quien practica con alevosía el homicidio.              Por otra parte, la supuesta pulcritud moral –y digamos que igualmente la cordura– de la que pretende hacer gala el presidente iraní queda sumamente en entredicho al atribuir un expreso carácter demoníaco a la existencia de Israel. Así, no es de extrañar que minimice la importancia del Holocausto o que impulse con entusiasmo la desaparición del Estado judío. Una vez hecho el aserto de que les guía una influencia maligna, la única ventaja para los sufridos ciudadanos israelíes consiste en saber con certeza a qué atenerse, porque ya no hay posible ambigüedad. Y quizá concluya Ahmadineyad que, si fue la ONU quien posibilitó el establecimiento de un sionismo luciferino, también este organismo tiene mucho de reprobable.               Corolario: no hay por qué plegarse a las exigencias de una entidad dependiente de ella como la Organización Internacional de la Energía Atómica, que, como instrumento de la vesania occidental, pretende sólo el sojuzgamiento de la comunidad musulmana. Vía libre, pues, al enriquecimiento de uranio que permita fabricar armas para eliminar el mal del mundo, representado principalmente por Israel y por Estados Unidos, pero también por todos sus aliados reales o presuntos. Y ya saben la parte que nos toca so pena de ser acusados de incoherencia: girar el rostro para ir preparando con resignación la otra mejilla.

 
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