Un Mundial de pelotas

Tres pelotas, que no dos, tiene el Mundial: el jabulani, el viceministro de Propaganda político-deportiva del Estado hispano-catalán, y la paraguaya zumbona Larissa Riquelme.

¿Se puede saber cuál es el cometido sudafricano del secretario de Estado para el Deporte (nada que ver, qué pena, ni con Tarzán de los monos ni con Cocodrilo Dundee), más allá de disfrutar por la jeta de unas vacaciones de Bwana, tal cual Baloo en El libro de la selva de Kipling, bebiendo y zampando a nuestra costa?

Una de las imágenes del Mundial de Fútbol que quedará, sin duda, para el recuerdo (y no estoy pensando en el escote melonero de la susodicha), será la de Jaime Lissavetzky saliendo del vestuario de la selección española tras la victoria en el partido de octavos frente a Portugal, con la camiseta roja (como el capullo en flor del logotipo del PSOE), firmada por Villa, expresamente dedicada a una de las hijas góticas del Presidente. ¡Qué monster!

…Un ZP, dicho sea al paso, a quien de nuevo este año, con la que está cayendo en el ruedo ibérico, Cándido Méndez ha vuelto a invitar a Rodiezmo de la Tercia para que les restriegue su socialismo utópico a los mineros que un día trabajaron expuestos a la silicosis (como el padre del Guaje, que fue dinamitero en Asturias), y ahora son liberados sindicales VIP que a lo sumo sólo están atenazados por un repentino ataque de asma alérgico debido al polvo de la moqueta.

Hay cortesanos dispuestos a cualquier cosa con tal de tener contento a su cabrero. Y este Jaime se pasa el día con el cepillo en ristre, ejerciendo de “agradador”, que diría con coña marinera albertiana Antonio Burgos, babeando como un caracol de la sierra de Guadarrama, perfumando el ambiente con alcohol de romero y lanzando al aire pétalos de rosa, allá por donde pisa el César Zetapé.

Debería ir pensando en trabajar en las caballerizas del hipódromo de la Zarzuela, o de venteador de incienso en la catedral peregrina de Santiago de Compostela. Aunque lo mismo no es buena idea, pues estando como está el menda tan poco acostumbrado a doblar el espinazo, en el primer empujón al botafumeiro se nos descogorcia de las lumbares y tiene que pedir la baja.

El lampedusianismo sigue vigente. Lo mismo espera que a su vuelta a España el presidente y a un tiempo ministro de Deportes le acaricie el lomo como al gatopardo viscontiano que merodea por los jardines de Moncloa, tal cual si estuviera de vacaciones en la residencia estival del Castillo de Donnafugata.

Todo político que se precie tiene sus felpudos que le jalean: ¡Presidente, has estado cumbre! –acostumbraba a exclamarle al oído a José María Aznar el eterno Javier Arenas Bocanegra; o mismamente Xiqui Benegas, que cuando utilizaba el sujeto elíptico para mentar a Felipe González se refería a él como al mismísimo Dios en la tierra bajado del cielo para habitar entre los mortales.

Viven estos individuos en permanente estado de genuflexión, dando cabezazos de cerviz y riendo las gracias, sin gracia, al emperador. ¡Lo que usted mande, Excelencia! ¡Beso sus pies, Señor! Los halagadores de cámara, redomados pelotas, se pasan el día haciendo reverencias versallescas, interpretando los sueños del Faraón, como hacía José, hijo de Jacob y Raquel.

 

¡Cuánto talento en las canchas (Casillas, su novia molona, Nadal, Lorenzo…), y cuán escaso en el Consejo de Ministros y alrededores de la Carrera de San Jerónimo!

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