Con Munilla

Pena y vergüenza. A priori, eso es lo que produce la declaración firmada por 85 párrocos guipuzcoanos contra el nombramiento de su nuevo obispo, José Ignacio Munilla. Que quienes se consideran enemigos de la Iglesia se pronuncien contra Munilla me causa tranquilidad y cierta satisfacción. Es lo normal. Sin embargo, que lo hagan los pastores de una parte de la Iglesia, me produce pena y vergüenza. Aunque si esa parte de la Iglesia es vasca, y de Guipúzcoa, las cosas pueden verse de otro modo.

El Santo Padre ha nombrado a Monseñor Munilla, porque sabe que será un gran obispo de San Sebastián. Su programa radiofónico de comentarios sobre el Catecismo de la Iglesia Católica es un auténtico privilegio para los católicos españoles. Una lección de claridad, de fidelidad al mensaje cristiano, y de perfecta sintonía con el oyente moderno y actual. Mucho bien ha hecho hasta ahora Ignacio Munilla, y mucho más va a hacer ahora en la Iglesia vasca.

La trayectoria de la diócesis guipuzcoana no debería ser un motivo de orgullo para sus responsables. El abultado descenso de fieles y de vocaciones sacerdotales – en el curso 2008/09 contaron con 5 seminaristas en una población de 674.744 habitantes- que se ha producido en las últimas décadas en este territorio, históricamente católico, debería mover a la reflexión, aunque sea levemente, a los firmantes del documento. Quizá así puedan comprender que el virus de la incoherencia es letal para la Iglesia. Una iglesia incoherente, al viento de las tendencias de cada momento y situación, es una iglesia ineficaz, anulada, inexistente como tal. Y tengo para mí que una parte importante de la iglesia vasca estaba en coma. Son muchas las voces que lo vienen advirtiendo desde hace años. La comprensión y complicidad de ciertos clérigos vascos con los presos de ETA, sumado al desinterés que muestran, en cambio, por las víctimas del terrorismo etarra, produce estupor en la mayor parte de los fieles españoles. Es imposible reconocer en esos testimonios y actitudes las enseñanzas y el ejemplo de Jesucristo.

Basta leer el comunicado de estos párrocos para comprender que algo está averiado en la diócesis de Guipúzcoa. En primer lugar, porque emplean el mismo lenguaje que los enemigos de la Iglesia. En segundo lugar, porque encumbran un nacionalismo excluyente que es incompatible con la fe católica. Y en tercer lugar, porque ponen en duda la autoridad del Papa, un viejo problema varias veces solventado en la historia de la Iglesia, que ahora sacan a flote de nuevo, causando en buena parte de los fieles españoles una mezcla de tristeza, escándalo y aburrimiento.

Reflexionen. Lo que parecen pretender es una Iglesia Vasca Católica, que es algo así como querer un Círculo Vasco Cuadrado. Un imposible. No se compliquen tanto. Las verdades de fe de los católicos están maravillosamente recogidas en el “Credo”. Nadie reza ahí por una iglesia, vasca, católica y apostólica, sino por “una, santa, católica y apostólica”. “Católica”, por cierto, significa “universal”, y ese es precisamente uno de los grandes valores de nuestra fe. Que se extiende por todo el mundo sin distinción de razas. Sin distinción de razas. Sin distinción de razas. En fin, lo escribo tres veces para que les de tiempo a anotarlo a los seguidores más entusiastas de Sabino Arana. Los del PNV. Los que han vendido las vidas de miles y miles de inocentes por un plato de lentejas. Los sin conciencia. Los del aborto.

Concluyo volviendo la vista sobre la polémica declaración conjunta. Los firmantes de tan inoportuno documento acusan a Munilla de haber llevado una “trayectoria pastoral” que ha estado “profundamente marcada por la desafección y falta de comunión con las líneas diocesanas”. Ya entiendo lo que sucede. Olvidan que el tipo de comunión que cabe exigírsele a un presbítero es con Cristo, con la Sante Sede y con toda la Iglesia. Entiéndase “toda la Iglesia” como algo que trasciende, si quiera levemente, los límites de la provincia de Guipúzcoa.

 
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