Obama y las preguntas del carisma

En Washington se instalarán diez mil retretes y los bares servirán alcohol hasta las cuatro de la mañana a los felices hijos de Columbia. Para la toma de posesión de Barack Obama se esperan entre dos y cuatro millones de personas. Se leerán poemas, se tomará el juramento solemne e incluso hablará un predicador elegido por Obama pese a ser de derechas. Para entonces se ha de saber si el nuevo perrito de la Casa Blanca es finalmente un labrador o un perro de aguas portugués. La formación sigue contando: alrededor del nuevo presidente, que jurará sobre una Biblia que fue de Lincoln, podremos ver a muchos primeros de la clase de Harvard, Yale, Princeton o la London School of Economics. Obama se tendrá que despedir de su blackberry pero tal vez vuelva por donde solía y, ya solo en casa, se fume un cigarrillo. El nuevo Camelot comienza con una fiesta prácticamente medieval.

En el viejo Camelot, en el de Kennedy, también se fumaba mucho. Lo cuenta, memorablemente, el periodista William Styron. Jackie Kennedy llevó a la Casa Blanca la cocina francesa, los bolsos de diseño y el cardado capilar. Por los jardines del edificio neopalladiano transitaban actores e intelectuales de valía como Arthur Schlesinger Jr. Pese a todo, el mundo libre quería dar ejemplo de austeridad, de poder basado en la bondad, y ahí está el guardarropa ‘minimal’ de Kennedy para demostrarlo. Kennedy llegó a la presidencia siendo parte de una minoría –la católica- igual que Obama lo es de otra minoría, la afroamericana. Obama es un caso curioso de desarraigo pero también de hombre hecho a sí mismo: cabeza de izquierdas, trayectoria vital de derechas; progresista de convicción, liberal-conservador de intuición. En todo caso, ni Kennedy ni Obama jugaron abusivamente la carta de la minoría. Kennedy fue el primer candidato victorioso en tiempos de construcción mediática de la realidad, tras ganar a un Nixon que acudió al debate sin haberse afeitado. Sólo con el tiempo sabríamos que Kennedy era débil, mentiroso, adúltero, casi un cualquiera. Obama ha confesado, entre otros, el pecado de probar, en su juventud, cocaína y marihuana. A algunos estas cosas les restan, a otros les suman.

Fue Schlesinger quien argumentó que la política norteamericana sigue el péndulo de ilusión y engaño o decepción. Pese a las puestas en escena mesiánicas, Obama no caminará sobre las aguas ni multiplicará el valor de acciones y futuros. Tótem y tabú: las tribus atribuyen a su rey la facultad de atraer la buena suerte y Obama corre el riesgo de morir por una avalancha de expectativas felices. Aun contando con el estrecho margen de maniobra para cambiar la línea básica de la política exterior norteamericana, el politólogo Moïsi dictamina que ‘la imagen y el poder blando de Estados Unidos experimentarán algo parecido a una revolución copernicana’, punto quizá valedero para revalorizar la marca Estados Unidos entre los antiamericanos. ‘Si Obama puede cambiar las cosas no será por las decisiones políticas que tome, sino por lo que es’, concluye Moïsi. Es, de nuevo, el carisma, concepto elusivo. Según Benigno Pendás, ‘Obama habla mucho, dice poco y no se equivoca nunca’. También puede hacer lo que le dé la gana: quiere cambiar Washington y se rodea de lo mejor de los ‘insiders’ de Washington, junto a no pocos pecios gloriosos de la era de Clinton y una voluntad postpartitocrática al dejar a republicanos en puestos de importancia de la Administración. También ocurre que es demasiado joven como para llevar consigo a demasiados amigos a los que dar un puesto.

En América del Sur, los editorialistas toman nota de una sociedad que se autocorrige, con reforma y sin revolución: Obama dista de ser uno de los líderes vociferantes de la era de los derechos civiles. ‘En los estados demócratas le rezamos a un Dios tremendo y en los estados republicanos no queremos que los agentes federales metan las narices en nuestras bibliotecas’. En Europa, tras tanto negar la primacía americana, todo el mundo espera que Obama centre la estrategia que nos haga salir de la recesión. La izquierda de por aquí prefiere eludir las opiniones de Obama en torno a la pena de muerte o su adhesión al ejército.

Hemos llegado a saberlo casi todo de Barack Obama, qué ropas lleva, qué significa para él la religión, cómo le pidió salir a su mujer. Eso no implica que no participe de las veladuras de los grandes seductores. Obama ha logrado una plataforma que ha expandido las bases del partido demócrata sin alterar radicalmente el mapa electoral, triunfando más por su capacidad de encandilar que por su capacidad de proveer. En estos tres meses, se sabe que ha leído intensamente sobre Abraham Lincoln, cuyo aniversario pronto se ha de celebrar. De Lincoln a Obama recorremos la línea de los presidentes carismáticos: Roosevelt, Kennedy, Reagan. Todos lograron un efecto mimético y emplearon un lenguaje abundantemente metafórico. Es el poder de la ilusión. En el caso de Obama hemos visto, ante todo, un autocontrol sorprendente y quizá por esto se le ha asimilado a la figura del golfista Tiger Woods. Se ha hablado, en el caso de Obama, de ‘una serenidad inexplicable’. ‘Pas de sentiments’, ecuanimidad acerada: en tanto que Clinton seducía a su público, Obama ha logrado el imposible de ser él el cortejado por la audiencia.

En ‘It’, su reciente libro sobre el carisma, Joseph Roach desacraliza este don hasta reducirlo a una serie de dominios del lenguaje oral y corporal. Por supuesto, siempre hay un punto de gracia, un no sé qué. Importan ante todo la ‘sprezzatura’ y la capacidad de dar cuerpo a virtudes muy distintas: fuerza y calidez, inocencia y experiencia, singularidad y tipicidad. En definitiva, ser grande y a la vez ser accesible, todo ello sin dar muestras de esfuerzo. ‘Intimidad pública’: ‘la gente busca personajes cuyas personalidades transmitan contradicción porque así ven reflejadas sus propias contradicciones internas’. En realidad, es el paradigma del tipo duro capaz de cantar canciones de amor. A partir de los fastos del 20 de enero, Obama ha de pasar del paradigma del carisma al del liderazgo. Esperemos que no sea el recorrido pendular que va de la ilusión a la decepción.

 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato