‘Pelis’

Entre las gentes dedicadas al cine en nuestro país, es muy habitual un detalle lingüístico que, sin parecer importante –es más, pareciendo una tontería–, a mi entender sintetiza la mayor parte de sus males. Veamos. La recaudación en taquilla de las producciones nacionales suele ser insatisfactoria, en parte por la piratería y en parte porque hay una buena porción de espectadores que se muestra beligerante contra el cine español, así, tomado en bloque.

Esta audiencia objetora suele aducir motivos como la escasa calidad de los guiones, previsibles tan a menudo, propensos tantas veces a la zafiedad; el paupérrimo nivel de las interpretaciones, con esa dicción de los actores jóvenes cercana al bisbiseo, que casi requiere subtitulado o incluso doblaje posterior, en el mismo idioma; la tendenciosidad política, presente y pasada, obsesiva sobre todo con la guerra y la posguerra, en recreaciones moralmente blanquinegras donde un ogro fascistón con bigotillo siempre vocifera al pobre niño angelical, hijo de virtuosos republicanos.

Uno debe reconocer que ve cine español de forma selectiva, que no se cuenta entre los objetores incondicionales, porque generalizan y, por tanto, son injustos, aunque haya buena parte de verdad en sus razones. Y aquí entramos por fin en materia: toda esa batería de reproches con fundamento queda en cierto modo legitimada, inconscientemente, por parte de los creadores cuando incurren en el detalle lingüístico que mencionaba al principio, y que consiste en referirse a sus películas como pelis. Menuda bobada, ¿no? Pues no.

Los acortamientos denotan un cierto infantilismo o un tomarse poco en serio la realidad a la que aluden. El profe de Mates no es igual que el profesor de Matemáticas, aunque el referente sea la misma persona. Hay un enfoque distinto, más aniñado, más zangolotino si ya no se es niño. Es el que adoptan directores, guionistas, actores y demás miembros del gremio, con toda la barba, al hablar de sus pelis. Lo hacen continuamente, por ejemplo, en Versión española, con su presentadora a la cabeza. Garci no ponía pelis, no desmenuzaba pelis con sus sesudos contertulios. Cada lunes ponía y desmenuzaba una película, film o incluso filme, término circunspecto que nada tiene que ver con el bobalicón peli.    

No cabe lo excelso en un acortamiento, que solo es apto para lo trivialillo. La mili, cuando existía en España, era objeto de mofa en un cómic de no muy donoso título, que hubiera perdido la gracia en caso de haber sido Historias del p… servicio militar. Un finde –esa creación de antes de ayer– no da para un retiro en Silos. Da para salir de copas el sábado y sobrellevar el domingo la resaca. Y toda una doctora de la Iglesia vería mermado en alguna medida su prestigio si, por muy dicharachera que fuese, nos refiriésemos a ella como Santa Tere de Jesús. 

Los clásicos del cine (otro acortamiento, sí, pero es que cinematógrafo agotaba) no son pelis. Son peliculones. «He visto Sed de mal, una peli que me ha molado». Uf. La peli es otra cosa. Es algo que se hace entre colegas, con guiones de ir tirando y actores que no importa si no vocalizan demasiado bien: son amiguetes, y punto. Que hay denuncia social o memoria histórica, mucho mejor. La peli sale redonda: esas animadas gentes del gremio pasan el rato en amistosa compañía, y además cambian el mundo. Lo que me pregunto es si a las pelis se llega por inducción o por deducción. Es decir, si sus creadores se refieren así a ellas al concluir el proceso completo de realización, tras constatar la superfluidad del resultado, o si ya desde el principio se proponen rodar pelis, y a esa hebén finalidad lo subordinan todo. De ser cierto este segundo caso, el cine español, tomado así, en bloque, tendría un problema muy grave.

 
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