Pinganillos austeros

La austeridad es un concepto discutido y discutible. Para mí la austeridad es evitar ingerir más de un kilo de lo que sea mojado en el café con leche de cada desayuno. También es austeridad beber menos de diez cervezas en el aperitivo en los meses cálidos del año, y evitar dejar propina cuando el camarero se comporta como si tuvieras la culpa de todas sus desdichas. En concreto, esta última austeridad la llevo a cabo con diligencia y sin necesidad de acudir a grandes heroicidades. Me sale con naturalidad, lo que me lleva a pensar que soy, en efecto, un idiota bastante austero.

En nombre de la austeridad, algunos padres de familia deciden que este año no hay vacaciones, algunas madres cambian el jamón serrano por el jamón cocido, y algunos chicos no estudian demasiado sus asignaturas, para no excederse en la tarea de hincar los codos, que también puede resultar un vicio. La moderación en el consumo se viste de mil formas y colores. Lo prueban esos otros, para los que austeridad consiste en lavarse dos días a la semana, enredarse unas rastas con hilillos rosas, prescindir de la luz eléctrica, y luego gastárselo todo en hierbas no precisamente aromáticas.

En política, hablar de austeridad hoy es hablar de recortes. La comunicación del Gobierno de Rajoy –en caso de que pueda confirmarse empíricamente su existencia- se centra en dos palabras clave: recortes y austeridad. Felizmente escuchamos ambas palabras, sabiendo que al otro lado de todas estas medidas nos espera un futuro mejor. Sufrir para curar, al fin. Y de tarde en tarde, descendemos a la letra pequeña de las medidas para confirmar que, en efecto, el gobierno de Rajoy está poniendo en práctica políticas de austeridad y recortes en todas aquellas cosas que tiene al alcance de la mano. O en casi todas. O en algunas. O en alguna. O en alguna, alguna vez.

Si resulta indudable que algo se está haciendo bien en esta dirección, sigue siendo imposible descifrar cuál es exactamente el concepto de austeridad que tienen el Gobierno o, mejor dicho, la suma de cada uno de sus ministros, que es igual al cuadrado de sus catetos, que son legión. De saberlo, podríamos entender quizá por qué son tantas las cosas intocables en cada debate sobre los recortes: no está sobre la mesa el debate autonómico, no está sobre la mesa el debate sobre el Senado, no está sobre la mesa el debate sobre la financiación de abortos y operaciones de cambios de sexo, no está sobre la mesa la cancelación drástica de todas las subvenciones ideológicas, no está sobre la mesa la retirada de ayudas a países gobernados por golfos apandadores, no está sobre la mesa ni la propia mesa.

Es tan abultada la lista de absurdos desagües por los que se escapa el dinerito de todos los españoles, que un verdadero plan de austeridad invitaría a revisarlos todos, uno a uno, sin prejuicios. Pero no. A cambio, en pleno festival de recortes, ya es posible ir elaborando una pequeña lista de asuntos intocables, entre los que se incluye el modelo territorial -que escondería probablemente la tabla de salvación más fácil y razonable para una España al borde del abismo-, y nada más y nada menos que los pinganillos. Ahí quería llegar. A los pinganillos.

Recibo con extraordinaria sorpresa la noticia de que el Gobierno no desea tocarles los pinganillos a los senadores, a pesar de que la medida, además de un ahorro, resultaría altamente ejemplarizante. Como saben, España alberga el único zoológico del mundo en el que es posible contemplar de cerca y sin reja alguna a un tipo de Huesca hablando en catalán con otro de La Coruña, que a su vez le responde en gallego a uno de Bilbao, que afirma que su única lengua es el euskera, al tiempo que pide que se la traduzcan al castellano por unos casquitos; porque en el fondo no hay quién le hinque el diente a esos libros tan gruesos y extraños, habiendo nacido de mamá madrileña y papá leonés, por mucho que se milite en el PNV desde tiempos del gran –pongan aquí el adjetivo a su gusto- Sabino Arana. Un zoológico que sería especialmente divertido si los cocodrilos, las víboras, los elefantes, y los monos fueran parte de una iniciativa privada, y no nuestros representantes políticos, elegidos democráticamente en las urnas, imagino que en medio de una descomunal borrachera de los electores.

Hace poco más de un año el PP se planteaba no usar los cascos del Senado como gesto de oposición a un gasto que consideraban innecesario. Hoy me entero de que ya no les parecen mal los pinganillos. Ahora los pinganillos molan. Hace falta ser cobardes. Hace falta ser acomplejados. Hace falta ser muy, pero muy del PP, para dar clases de austeridad cada viernes, y dejar del lado como si nada los 12.000 euros –o los que sean-de traducción simultánea que se esfuman por el desagüe de la estupidez en cada pleno del Senado.

Todo por no meter la tijera a los pinganillos de Sus Señorías. Con la ilusión que a mi me haría tal cosa.

Itxu Díaz es periodista y escritor. Desde el 21 de marzo está a la venta su libro «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

 
Comentarios