Rendición + solipsismo = Zapatero

El miércoles nos obsequió el presidente con otro de esos vergonzosos momentos estelares que van sucediéndose en su legislatura. Como no le basta el contorno geográfico y conceptual de nuestra maltrecha nación para lucir sus andrajos morales, y como debe de resultarle insuficiente a su vocación de estadista visionario que sus proezas en materia de «lucha» contra el terrorismo queden para consumo interno —desde la permisividad con los representantes de los asesinos para concurrir a las elecciones autonómicas hasta la resolución de mayo de 2005 en el Congreso y las actuales insinuaciones acomodaticias del fiscal general del Estado—, Zapatero ha tenido que aupar su sedicente proceso de paz a las instancias europeas para que se difunda por toda la Unión su santo nombre.   El socialismo zapateril —que, por fortuna, no es todo el socialismo, aunque el otro esté cada vez más menguado y silencioso— no atiende a razones. Considera intrascendente que se roben trescientas cincuenta pistolas, que se sigan quemando comercios y cajeros, que los empresarios reciban todavía cartas de extorsión o que no se haya producido siquiera una taimada declaración retórica con un resquicio de atisbo de sombra de condena de la violencia por parte de la izquierda abertzale. Como si les hubieran lavado el cerebro con audiciones maratonianas del desafinado estribillo de John y Yoko, Zapatero y sus colaboradores repiten sin cesar: «Todo lo que decimos es: démosle una oportunidad a la paz. Todo lo que decimos es: démosle una oportunidad a la paz. Todo lo que decimos es...».   Pero la paz —aun aceptando que nunca ha habido guerra— no puede ser esto. La paz justa estaba cerca cuando los terroristas y sus cómplices se sentían atrapados por la mano firme del Estado de Derecho y cuando los vascos de bien iban recuperando su inalienable dignidad de ciudadanos. La paz justa se vislumbraba cuando una ley votada con el amplio consenso de los dos principales partidos trajo un amanecer de libertades y fue a la vez ahuyentando los temores. No conduce a la paz un proceso tutelado por las armas, encauzado por corrientes subterráneas a la legalidad y jalonado de pretensiones inasumibles por este o por cualquier otro Gobierno, en cuya acción ejecutiva deben prevalecer el desvelo por las víctimas y la defensa de los intereses de todos los españoles.    Con el debate del miércoles en el parlamento de Estrasburgo se ha dado un paso más en el camino de la cesión ante quienes matan. Y no hay esperanza de retorno. Si algo caracteriza a este aciago presidente, aparte de su entrega incondicional a las causas menos loables, es su profunda convicción de que no puede estar equivocado. En su fuero interno analiza, delibera y toma decisiones siguiendo su recta razón torcida. Ante el empuje de sus múltiples obcecaciones no hay fuerza parlamentaria, cívica o telúrica que lo detenga. Con estos dos elementos constitutivos de su ser, no es que nos gobierne una sonrisa, como tantas veces se ha dicho. Nos gobierna una fórmula que sonríe para hacer más digerible su veneno: rendición + solipsismo = Zapatero.

 
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