Roma tiene muchas respuestas todavía

Será muy breve el plazo que lleve a los católicos de encomendar el alma de Juan Pablo II a encomendarse directamente a Juan Pablo II. De momento, la oración parece ser el medio más apropiado a fin de expresar la tristeza por su muerte o la alegría por el cielo merecido. Escándalo para los gentiles todavía, en Roma, Nueva York o la Almudena, los “Papa boys” rezan mientras bailan: la Iglesia sigue y la orfandad se atenúa, y es entre los no creyentes donde crece el desamparo.

Quedan aún muchos días para ver el esplendor de la liturgia, el frufrú de las sotanas rojas de los cardenales, los fieles de todos los colores que responden a las letanías del Rosario ante la inmejorable cúpula de San Pedro. Surgirán de todas partes vaticanistas de salón, hasta que el lento engranaje de la tradición eclesial vuelva a rotar con el ‘habemus Papam’. Entretanto, decimos cada uno nuestra pequeña palabra sobre los carismas que asumió un hombre ya santo por aclamación de su grey.

Durante algunas décadas del último siglo, la moda era que todo intelectual encontrara su Damasco. Ayer, los escritores y los dominicos franceses mostraron que el Espíritu sopla por donde quiere; hoy son los “kikos” y las vocaciones en la India las que dan peso a la contabilidad divina y nuevos matices a un catolicismo que ensancha su caudal. Estos días, muchos habrán vuelto a ver que la Europa de la Fe y la Razón tiene su genuina patria en Roma, que no se conoce forma civilizatoria más perfecta y acabada, y que las éticas sin Dios nos llevan, en su mayor grandeza, a abrazar árboles o a aprender tai-chi.

Entre la opacidad de los medios es difícil apreciar la vitalidad de los católicos. En las parroquias “papistas” de Londres ya no sólo rezan las cotizadas asistentas filipinas; también hay reclinatorios para abogados o banqueros de la City. Con los templos protestantes vacíos, ni siquiera en términos de márketing religioso parece la respuesta adecuada ordenar sacerdotisas o halagar a la feligresía gay. En la Europa continental, por cierto, los “Papa boys” pueden vestir de seminaristas o de surferos, pero parecen muy articulados para ser tan jóvenes. Las muchedumbres que reunía el Papa eran, sorprendentemente, muchedumbres en recogimiento. Nunca parecieron un gran concierto hippy, por más que a veces rompieran a cantar. 

Una concatenación de elecciones sabias guió la vida de Juan Pablo II, inasequible siempre a las modas de las vanguardias fascistas, comunistas o materialistas. A contracorriente de la verdad, con los venenos de la comodidad y la autosatisfacción, nuestros intelectuales de hoy defienden como paraíso la Cuba de Fidel. Para sus sensibles vanidades era difícil aceptar a un Papa que fue filósofo y obrero, poeta y “atleta de Dios”. Vencedor Wojtyla, a Boff y a Daniel Ortega, a Jaruzelsky y a Hans Küng les espera un amargo arrabal de la historia como parasitarios de un gran pontificado. Tras veinte años de profetizar su muerte, la prensa socialdemócrata tenía razón: el Papa ha muerto. Naturalmente, quienes desahogaron sus amarguras sobre este Papa, lo hubiesen hecho del mismo modo con cualquier otro.

Resumen de un siglo, Juan Pablo II será el Papa Grande porque ya Juan XXIII es antonómasicamente el Papa Bueno. Hay acuerdo en decir que la santidad es una plenitud del hombre también en sabiduría, y nuestros anémicos intelectuales harían mal en olvidar el venero que surte la inagotable Roma. Siempre pueden preguntarse por el secreto de la alegría de los "Papa boys" cuando Juan Pablo II predicaba profundidad, entrega, compromiso. Quizá es que Roma tiene muchas respuestas todavía.

 
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