Salvad Santa María de Garoña

Con su nombre de ermita románica, Santa María de Garoña es una central nuclear sobre cuya existencia ha de pronunciarse el Gobierno de aquí a unos días, previo dictamen del Consejo de Seguridad Nuclear. Han sido muchas las veces en que el Gobierno ha prometido el cierre, sin haberse previsto sustitución para el aporte de energía que Garoña supone. De alguna manera, es el propio escándalo en torno al cierre de Garoña el que ha venido generando rumores –a izquierda y derecha- en torno a una prórroga de vida. La decisión es del Ejecutivo, es decir, de Zapatero.

En los últimos tiempos, la Fundación Ideas, donde mora su amargo exilio Jesús Caldera, ha resurgido de la nada en la que estaba para mostrarse a favor del cierre de la central. La Fundación Alternativas, la más seria de la órbita del Partido Socialista, cuenta en cambio en su patronato con figuras como Almunia o Eguiagaray, socialistas vetustos que consideran que las centrales nucleares españolas son un activo imprescindible en el “mix” energético español. Ahora estamos en un 17% de energía nuclear, incluyendo la que, con toda doblez, se compra a Francia. Organismos dispares como la OIEA y la CEOE afirman que Garoña está para funcionar –es un tipo de central cuya vida se acaba de prorrogar en EEUU. A esto hay que añadir que Garoña, según indican los expertos, ha sido totalmente renovada, tras recibir 150 millones de euros en mejores por parte de las empresas propietarias. Con el cierre de Garoña vendrían a perderse más de mil puestos de trabajo.

La opinión favorable a la energía nuclear crece en España a un ritmo más elevado que en otros países de Europa, según recordaba Ana Palacio –vicepresidenta del gigante nuclear francés Areva- en un artículo reciente en El País. Partíamos, ciertamente, de muy abajo. Con todo, va permeando en la opinión pública la necesidad de replantear el debate energético en términos alejados del angelismo y la demagogia. Tenemos un 85% de dependencia energética, sujetos a la incómoda tutela de países como Argelia. Es la mitad de nuestro déficit comercial. El antinuclearismo es una de las últimas grandes supersticiones revolucionarias de Europa si bien aquí no llegaría la sangre al río –no somos Alemania- de dar el Gobierno un giro pro nuclear. El PP ya está en esa órbita. CiU y PNV también lo están. El Congreso va a trabajar a partir del próximo junio en Subcomisión para replantear el futuro energético español. Ahí tendrán que ver las renovables aunque gentes como Bob Geldof, poco sospechoso de derechismo, opinen que las renovables son el Mickey Mouse de la energía. Es un reduccionismo pero de momento, ciertamente, son muy caras, aunque sea por los incentivos a su desarrollo. La energía nuclear, recordemos, no emite gases con efecto invernadero. En materia medioambiental, la energía solar y la eólica suscitan controversia por su intervencionismo paisajístico y las centrales hidroeléctricas, geotérmicas y mareomotrices varían de modo irrevocable el medio en el que se encuentren. Sin energía nuclear, España estaría un 60% por encima de las emisiones de gases con efecto invernadero a las que el Gobierno se comprometió con la firma de Kioto.

Rusia, Inglaterra, Francia, República Checa, Bélgica o Finlandia apuestan por la energía nuclear o, mejor dicho, reafirman su apuesta. Desde el PSOE hablan voces con autoridad a favor de la nuclear, como Felipe González. Garoña da energía a un equivalente de un cuarto de millón de familias. El cierre de las nucleares encarecerá la energía.

El Gobierno antinuclear sólo ha emitido un decreto ley universalmente criticado y su Ley de Renovables, además de llegar con tardanza, bien puede ser un propósito legislativo tan aéreo como la ley de economía sostenible anunciada hace quince días. Personalidades destacadas como el matemático Peter Lax, Faith Birol (de la Agencia Internacional de la Energía), o James Lovelock (padre del ecologismo moderno) se han posicionado contundentemente a favor de la energía nuclear. Las ventajas de la energía nuclear son numerosas: bajo coste, materia prima ampliamente disponible y virtualmente inagotable, una producción sin interrupciones y nula incidencia contaminante en lo que respecta a las emisiones de CO2. Lo responsable sería prorrogar la vida de Garoña.

 
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