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Me produce nula simpatía un movimiento que insta con sus proclamas a ocupar o a rodear el Congreso. La cuestión fundamental de lo sucedido el 25 de septiembre no es si la policía se extralimitó en su actuación, algo que puede discutirse, sino el hecho indiscutible de que quien se extralimitó fue el grupo convocante de la protesta, por ser ésta coactiva, temeraria e inoportuna.

Fue una protesta coactiva porque proponía como fin —y no retórico, teniendo en cuenta dónde se celebró— tomar o en el mejor de los casos sitiar la sede de la soberanía nacional. Si el edificio de la Carrera de San Jerónimo albergara aún las Cortes franquistas y se tratase de pedir la dimisión en bloque de unos procuradores designados orgánicamente, pues sí le vería legitimidad al tumulto. Pero me suena que entre medias ha habido alguna reformilla política, gracias a la cual los representantes ya pueden elegirse por sufragio directo cada cuatro años, o menos si vienen mal dadas. En las últimas elecciones salió una mayoría absoluta del PP, qué le vamos a hacer. A quien no le guste, que articule alternativas mejores para la próxima vez, y que convenza al mayor número posible de votantes.

Fue una protesta temeraria porque el grupo convocante y las personas adheridas no podían desconocer el riesgo en que incurrían. Cada uno es responsable de sus actos. Si alguien se suma, aunque no sea en primera línea, a una manifestación que ya de partida tiene un lema inflamable, no hay que extrañarse de que acabe propagándose un incendio. Basta con que algún imbécil haga saltar la chispa, que es lo que ocurrió cuando unos cuantos elementos, que se creen la vanguardia del pueblo en lucha, intentaron retirar las vallas que protegían el Congreso. Los antidisturbios estuvieron muy ogros, sí. En un país normal hubiesen dicho con tono dulce y ademanes corteses: «Esperen, señores indignados, que les apartamos estos molestos obstáculos y los acompañamos al interior para que expongan sus reivindicaciones en la tribuna de oradores o se cisquen directamente en los escaños de sus señorías, como prefieran».

Además de coactiva y temeraria, fue una protesta inoportuna porque aportó un motivo más, por si no hubiera ya suficientes, para que España haga el papelón ante el resto del mundo. Hundida en lo económico y fracturada en lo social: inversores, huyan sin mirar atrás siquiera. «Entonces, qué pasa, que no podemos abrir la boca para quejarnos. Que la gente está muy quemada.» Sí, claro que puede abrirse la boca, pero hay formas, lugares y momentos. Desde luego, lo que ocurrió el 25 de septiembre fue lamentable. Y la culpa no es del Gobierno ni de la policía, sino de los que cercaron con irresponsabilidad suma el Parlamento.

 
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