Sombras en Turquía

La realidad es un mar cuyas aguas son siempre las mismas, pero se encrespan en olas consecutivas que llegan a la orilla en momentos diferentes y con fragores diversos. Turquía no es hoy distinta a como era hace unos meses, cuando a rebufo del Tratado Constitucional europeo se suscitaron debates enconados —no por igual en todas partes: aquí apenas hubo intercambio de pareceres a nivel político— sobre la pertinencia de su incorporación a la estructura comunitaria. Y, sin embargo, aquella ola que nos traía una imagen de sosegada civilidad, de esfuerzo serio para cumplir unas exigencias razonables, en poco se parece a la que ruge ahora y rompe, impregnada de furia sarracena, en las playas de nuestros medios de comunicación. Mal se compadece la entrada en un ámbito de libertad con la presencia en la calle de multitudes cuya reclamación es poner coto a esa misma libertad que supuestamente se desea. No sorprenden las algarabías contra las caricaturas danesas en Teherán o en Gaza, pero las más de cincuenta mil personas que se manifestaron vociferantes en la ciudad kurda de Diyarbakir quizá sean demasiadas si lo que pretenden las instancias gubernamentales es expedir un certificado de buena conducta. Tampoco ayuda el asesinato de un sacerdote católico. Por mucho que Erdogan lamente la violencia, quienes la han protagonizado no dejan de ser sus conciudadanos. Y cuando un país se adhiere a un organismo, es evidente que su población, su población entera, no queda al margen. Los entusiastas del islamismo radical son una minoría allí, es cierto, así que se trata al fin y al cabo de una cuestión manejable. Acaso deban preocuparnos más otras señas inquietantes que no se dan exactamente en el frente religioso, sino en el entorno más bien laico de la cultura de masas. En las taquillas de Turquía y en las de Alemania —donde vive millón y medio de turcos— está haciendo furor El valle de los lobos, la producción cinematográfica más cara en la historia de aquel país. Según he podido leer, el filme no pasa de ser un burdo alegato antioccidental ambientado en la guerra de Irak. Sus tres componentes básicos son la brutalidad gratuita de los americanos, la vesania de los judíos y el heroísmo del protagonista, un vengador musulmán con trazas de superhombre. El contenido lesivo de la película es tal, que tanto Edmund Stoiber, presidente de Baviera, como el Consejo Central Judío han pedido su retirada de las salas. Frente a esta solicitud, tanto los turcos / turcos como los turcos / alemanes hacen largas colas para contemplar unas imágenes llenas de odio. ¿Quieren con ello poner a prueba su propia capacidad crítica, su discernimiento en torno a cuánto hay de realidad y cuánto de ficción? Los aplausos beligerantes que jalonan la proyección al compás de las andanzas del héroe parecen desmentirlo. Cuando, al llegar el reflujo, se considere en serio el ingreso de Turquía en la Unión Europea, aunque no se produzca un fenómeno de sincronía con estas olas de hoy, habrá que tenerlas responsablemente en cuenta.

 
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