Tiger Woods, personaje del año

A la vista está, que las estrellas más fulgurantes de la constelación deportiva mundial nunca han apuntado maneras ni de ascetas ni de penitentes, ni parece que contemplen en su horizonte vital la posibilidad de ingresar en algún monasterio cartujo que tenga como fin estatutario la curación de los malos hábitos por la vía del sacrificio corporal y la mortificación de la carne. ¡Qué débil es la condición humana desde el desliz de Adán con Eva!

Pocos, muy pocos escapan a los embaucamientos de la libido, aunque siempre haya gloriosas excepciones, como el madridista Kaká (y su santa esposa Caroline), ungido presbítero de la Iglesia Renacer de Deerfield, que suele celebrar sus goles de campanilla mostrando al objetivo de la cámara su famosa camiseta interior con el lema I belong to Jesus.

Rarezas aparte, el deporte, como la vida misma, es un hervidero de tentaciones. Por lo que al sexo débil respecta (el del hombre), bastan un par de tetas bien puestas, o sea, ligeramente caídas hacia arriba, como le gustaban al alcalde de Madrid, don Enrique Tierno Galván, para arruinar imágenes inmaculadas y carreras rutilantes, como la del más grande golfista de la historia.

La de Tiger Woods, pongamos por caso, es la peripecia vital del típico tópico jovencito negro de conducta pública intachable. ¡Vamos, el yerno que toda madre bruja querría tener!

Deslumbró a la pelota terráquea tras ganar el Masters de Augusta con 21 años. Después lo ganó todo. Amasó una fortuna. Se ligó por lo formal a una rubia sueca purasangre, es decir, no de bote, una top model angelical de las que provocan angina de pecho con sólo mirarlas. Y no contento con ser tan perfecto -¡Qué asco!-, un buen día nos enteramos de que el menda era un “pecador de la pradera”, osease, una máquina sexual, una bomba de testosterona, que diría Chiquito de la Calzada.

El 27 de noviembre de 2009, el Oso Dorado empotró su coche contra el árbol de la parcela de su vecino, a la salida estrepitosa de su mansión de Florida, perseguido, según las imaginativas especulaciones de las mentes más calenturientas, por su mujer, palo en ristre, presa de un ataque de cornamenta a cuenta de los líos de faldas del portentoso semental. La estampa, como la describió Pedro Poza, debió ser épica: Elin, melena al viento como una valkiria, a la carrera tras Tiger, blandiendo un hierro 3 como si fuese un hacha de guerra. ¡Qué miedo!

Al macho-man, de pronto, comenzaron a aflorarle amantes de los hoyos del green: bailarinas turgentes, diosas de las barras de los nighclubs de Las Vegas, camareras potentes, chicas playboy, playmates cachondas, y hasta una viuda del 11-S, la enésima novia de América. Yo, ni puta ni golfa –se llegó a encarar ante las cámaras de la televisión una de las mozas esplendorosas.

La dimensión pública y la privada del personaje público saltó por los aires. El Tigre, desde que se montó el culebrón, ha dejado de rugir y lleva camino de convertirse en una especie mansa en vías de extinción. Pero la fiesta no ha hecho más que empezar, en los tabloides, en los talk shows y en Internet. Y ya ha comenzado el rodaje de una peli porno con el sugerente título «El palo del Tigre».

Como consecuencia de tanta escandalera, los patrocinadores le han dado la espalda. Ya no se afeita con Guillette. Doy por hecho que ni George Best ni Ronaldihno hubiera sido elegido nunca como la cara pública de la venerable American Express o Nike. Y por si no fuera ya bastante su caída en desgracia, el establishment político ha puesto en cuarentena el proceso de concesión de la Medalla de Oro del Congreso, como no podía ser menos en la hipócrita Norteamérica puritana, pues era el deportista modelo, la sonrisa del régimen.

 

A decir de John Carlin, el pecado original de Woods no fue montarse un harén, sino crearse una reputación impoluta de hombre formal y cabal, y luego llevar una doble vida disoluta, pasando de ejercer de ángel de día a demonio de noche. Y como suele suceder en historias tan peliculeras como esta, al final cayó de la cumbre al abismo, al descubrirse que el Tigre era un fornicador en serie. ¡De héroe, a villano! Del ascenso a los cielos, a la condenación eterna en el Infierno de Dante. Por historias como esta, mediocres como un servidor se consuela pensando que a veces trae cuenta ser un donnadie.

Comentarios