UE, EEUU y América Latina, trío que no toca al unísono

Erraban aquellos que pensaban que, con la desintegración de la URSS, el marxismo caería en el olvido. Hoy en día, la izquierda de diferentes matices, a menudo teñida de nacionalismo, se propaga impetuosamente por toda América Latina. Venezuela, Brasil, Bolivia y Argentina, sin hablar ya de Cuba, se pintan de rojo o rosado, y es muy probable que se les una Perú tras la segunda vuelta de unas elecciones que de momento lidera el nacionalista Ollanta Humala, de gran parecido con Hugo Chávez. Pero, es mi opinión, si logra ganarlas su rival Alan García, considerado social-demócrata, al país tampoco le espera una vida fácil. Trabajé en Perú durante la anterior presidencia de García y compartí muchas de las conmociones vividas por los peruanos: la inflación galopante, el desenfreno del terrorismo, la infinita demagogia de las autoridades incapaces de solucionar ningún problema concreto.   En el continente latinoamericano, las nuevas flores del pensamiento socialista crecieron en el suelo abundantemente abonado por el lodo que dejan tras sí las multinacionales, la injusta distribución de las riquezas y la política no muy inteligente de Washington en la región. Por lo cual las críticas que hacen el presidente venezolano Chávez o el boliviano Morales, pese a su extravagancia verbal, contienen mucha verdad amarga. El continente latinoamericano se siente cansado de la injusticia, la pobreza y el atraso, originados tanto por la ineficacia de la élite política local como por el muy eficaz saqueo de recursos naturales regionales que practican los extranjeros.   El problema puede tener diversas soluciones, pero sería mejor que en el continente se aplicara una única línea, contingencia que, lamentablemente, se antoja irreal. Porque al lado del rojo, en América Latina hay colores menos llamativos. La escisión está a la vista. Argentina está reñida con el Uruguay limítrofe. Bolivia, después de haber nacionalizado el sector de gas, no puede encontrar un lenguaje común con Brasil. La Comunidad Andina vive unos días difíciles, tras el abandono de Venezuela, que ha dirigido su mirada al Mercosur (Mercado Común de América del Sur). Éste último, a su vez, experimenta obvias dificultades por las manifestaciones que hacen desde Uruguay y Paraguay, países que sopesan la posibilidad de dejar sus filas con el fin de obtener condiciones más favorables en sus contactos con Washington. El presidente del Perú, Alejandro Toledo, cuyo mandato vence ya, y Alan García se han ofendido mucho por lo declarado por Hugo Chávez: “ambos son lobos de una misma camada”, aseveró el venezolano, por lo cual fueron revocados los embajadores de ambos países en Caracas. Evo Morales, a su vez, ha calificado de “payasada” (lo menos que se puede decir es que no fue muy diplomático) el abrazo que Toledo le dio en la cumbre eurolatinoamericana de Viena. Y, por último, Luis Inacio Lula da Silva, presidente de Brasil, se preocupa porque está perdiendo la condición de innegable líder regional, papel que ejerce cada vez más Chávez. Etc. O sea, que en vez de buscar juntos solución para los apremiantes problemas del continente, en América Latina se vive un período de efervescencia política, ideológica y económica, y de riñas entre las élites políticas.   Desde el punto de vista del líder venezolano, América Latina ha entrado en una era nueva. Ello ha sido posible tras la formación de un fuerte bloque izquierdista integrado por Cuba, Brasil, Bolivia y Argentina, según manifestó hace unos días en Londres. Pero en realidad las cosas no son así. El componente izquierdista-nacionalista es sólo parte del complicado proceso que se desarrolla en la región, y ni el propio Chávez sabe qué tendencias se impondrán a fin de cuentas en la zona.   Tras haberse sentido desencantados en más de una ocasión por la actitud de EEUU, muchos líderes políticos latinoamericanos cifran ahora sus esperanzas en la Unión Europea, que a raíz del ingreso de España y Portugal empezó a fijarse más en América Latina. Pero la conexión tampoco es plena en esta dirección. La Unión tiene sus contradicciones, aunque no tan agudas como las que se registran al sur del continente americano, por ejemplo en materia de subsidios del Estado para la agricultura, una cuestión muy importante allá. Así que el resultado casi nulo con que concluyó la reciente reunión en la cumbre UE–América Latina de Viena era muy predecible. Según sostiene politóloga brasileña, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Río de Janeiro y doctora de la Universidad Complutense de Madrid, Miriam Gómez Saraiva, el diálogo político se llevará adelante, pero va a chocar con dificultades. Y ello será así porque no hay otro camino, especialmente para aquellos decepcionados con EEUU que, como resultado de ese fiasco, colocan sus esperanzas en la UE. Además, esa disposición no carece de lógica, porque las dos partes se orientan oficialmente a la diversificación de vínculos.   Pero la coincidencia de intereses todavía no ha dado resultados palpables, y eso que el diálogo empezó ya en la década del 80, cuando en América Latina todavía estaba bajo el influjo pleno de la política estadounidense. El centro de gravedad se va desplazando siempre más en dirección hacia la UE, aunque el proceso se opera con demasiada lentitud como para satisfacer a las dos partes. Para llegar a un acuerdo y sacar provecho de la cooperación mutua, tanto América Latina como la Unión Europa antes que nada tienen que limpiar sus cuadras de Augías, es decir, reducir al mínimo sus contradicciones internas. De momento el trío América Latina-UE-EEUU no toca al unísono, por lo que en vez de una samba alegre se oye sólo una cacofonía.

 
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