UTECA, el lobby feroz

Como diría Luis Ciges, el entrañable criado de los marqueses de Leguineche en «La escopeta nacional» de Berlanga, el truculento minifundio español de los medios de comunicación es lo más parecido a la descojonación.

Como en «El avaro» de Molière pero sin ningún lustre literario más allá de la bolsa de doblones, en la Unión de Televisiones Comerciales Asociadas, pantano metafórico de cocodrilos donde hasta el mismísimo Tarzán de los monos guardaría sus espaldas a la sombra del rabo de un elefante por miedo al apuñalamiento, los hay dispuestos a vender su alma al diablo, como Fausto, pero no a cambio de sabiduría sino de seguir alimentando su ilimitada codicia. Primero se reparten el botín publicitario de TVE, y ahora, insaciables, retoman la cacería después de fijar sus ojos en las autonómicas.

Como en los Evangelios re-leídos por González Urbaneja, los prebostes de la competencia (que hoy sobreactúan llorando amargamente por las esquinas quejándose de la “competencia excesiva”), se han propuesto montar la tienda de campaña para quedarse dentro los mendas que ya están dentro sin permitir que entre ya más nadie no vaya a ser que toquen a menos a la hora del reparto.

Sobrado de razón anduvieron David Sarnoff, ex presidente de la compañía discográfica RCA, cuando dijo que “La competencia saca a relucir lo mejor de los productos y lo peor de las personas”; y Valentín, uno de los “malos” de «Goldeneye», cuando acabó confesando a James Bond su impotencia ante la “economía de mercado”: “Te juro, 007, que acabará conmigo”.

Siendo esto así de “ionesquiano”, tal cual lo cuento ha sido como he llegado a la conclusión primera de que la corta historia de la liberalización de las Telecos y los Media es como la «Historia de la locura» de Michel Foucault... pero a lo bestia y en clave de risa.

Los medios de comunicación privados persiguen sin sonrojo alguno el “beneficio económico”. Y los públicos, con mayor grado inclusive de desvergüenza, ambicionan el perverso “beneficio político”, lo cual no viene sino a completar el cuadro ya de por sí surrealista en el que se ha convertido, según Raúl del Pozo, el “avispero mediático”. Además, siempre hay editores tentados en poner al Gobierno de servicio a su servicio, a cambio de inmunidad y protección editorial; y medios cañoneros convertidos en instrumentos de presión para obtener rédito empresarial.

Me preocupa más la crisis de principios de las corporaciones audiovisuales que su crisis económica, que ojalá acabe con aquellos que han renegado de sus mandamientos fundacionales. Suele suceder lo que está sucediendo (coincido en este sentido al 100% con McCoy) cuando se supeditan los principios a los beneficios, la verdad a la rentabilidad, la objetividad al interés partidista y la razón a la servidumbre.

 
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