Vayámonos de aquí

La Selva Amazónica supone una alternativa tentadora para escapar de la ratonera económica española. El problema de la selva es que es difícil prosperar y hacer negocios, porque está lleno de animales hambrientos que no comprenden sus formas capitalistas de intercambio de beneficios. Y si usted trata de mimetizarse con sus costumbres de negociación y se lía a mordiscos con un tigre al azar, lo más probable es que salga perdiendo y acabe encaramado a un árbol pidiendo auxilio. Desconozco si el rescate de Merkel alcanza bosques tropicales.

Lejos del Viejo Continente, Argentina no está tan mal, el mate está rico, y es falso el mito de la verborrea de sus gentes. Valdano, como comentarista deportivo, ha hecho mucho daño a su imagen, al igual que la legión de psicólogas que invadieron nuestro país al declinar los 90. El principal problema que tiene Argentina es la Kirchner y eso no tiene solución, salvo escapar a Chile. Pero luego, si desea salir de Chile tendrá que saltar a Perú o tirarse al Pacífico, cuya fauna rara vez hace honor al nombre del océano que habita. Todo menos caer en Bolivia, donde manda un peligroso chamán, conocido por sus elegantes jerséis y sus innovadoras teorías sobre sexualidad. Se mire por donde se mire, América del Sur es como el Buscaminas. Cada dos países hay uno que es en realidad una cárcel en la que manda un explosivo tirano.

Ya en Europa, Francia es un buen destino. Dicen que lo peor de Francia son los franceses. Quienes lo afirman excluyen intencionadamente a las francesas, y en eso quizá no les falta razón. Pero da igual. Apenas quedan franceses en Francia. La última vez que caí por error en Marsella tuve la sensación de estar en cualquier otro país del mundo. Creo que en toda la mañana no me crucé con ningún francés, con excepción de los de piedra, expuestos en decenas de museos.

Francia cuenta además con París, que es la ciudad del amor y supongo que eso siempre es maravilloso. Si usted tiene amor no necesitará nada más, salvo algo que comer, y un lugar donde apoyar el trasero para dormir. París es la única ciudad en la que se pueden hacer fotos preciosas cuando llueve. También se pueden hacer al sol, y entonces el fotografiado sale con cara de sobresalto y corriendo hacia usted. Eso es que le están sisando la cartera mientras encuadra la Torre Eiffel. Como Hacienda en España.

París es un gran destino turístico, la ciudad de Disney, el lugar que siempre nos quedará, y un precioso escenario para películas decadentes en las que el hombre y la mujer se separan, y ella se va con su mejor amigo, mientras él decide suicidarse al descubrir que su amante alcohólica en realidad estaba con uno de sus hermanos, al que acaban de descubrir un cáncer, justo un día antes de ser despedido del trabajo, y no tiene dinero para curárselo, mientras la primera esposa del protagonista decide darse a los vicios de la noche y termina asesinada en un callejón del barrio chino, después de enamorarse de un gordo mafioso sin escrúpulos, al que su padre homosexual abandonó de pequeño para poder acudir cada domingo tranquilamente al estadio a ver los partidos del Nápoles. Lo cotidiano. Esos dramas filmados en París a finales del siglo XX eran una metáfora de lo que acontecería en la economía europea pocas décadas después. Debimos haberlo sospechado para escapar a tiempo.

Dramas aparte, tengo un recuerdo imborrable de París. El recuerdo de no haber estado nunca.

Italia es uno de mis destinos favoritos. Está cerca: si usted se pega un baño en Alicante, nada con ahínco, y consigue esquivar algunos pedruscos, lo más probable es que llegue a Italia. La otra opción es que llegue a Argelia, pero es una posibilidad remota porque se lo comerán los piratas antes.

Aunque la fama del romanticismo la tenga París, lo verdaderamente romántico es Italia, y no estoy pensando ahora mismo en Berlusconi, sino más bien en Laura Pausini. No hay una cantante más romántica en el mundo entero, como tampoco hay nada más romántico que un paseo en góndola por Venecia al anochecer. Es cierto que navegamos por el estrecho cauce que divide lo romántico y lo cursi, pero en Venecia, cuando cae la noche y los turistas chinos duermen, todas las cosas se vuelven bellas y elegantes, y cualquier atisbo de ordinariez es implacablemente eliminado por las ratas. Una buena rata puede hacer de un paseo en góndola cursi y empalagoso, una elegante aventura que contar a los amigos. Nunca he visto una rata tan grande como aquella noche en Venecia. Por lo menos se había comido la prima de riesgo española. Creo que después se lanzó al fondo del canal. Chof.

Florencia, la Toscana, Roma. Oh, Roma. Sí. Definitivamente Italia es el mejor destino. Además, la corrupción generalizada le hará sentirse como en casa. Ustedes verán. Por mi parte, si alguna vez me pierdo y no me encuentran escribiendo poemas sobre la muerte en alguna sidrería de la montaña asturiana, búsquenme en Il Caffè Florian de Venecia, gastándome en gintonics y frutos secos la mitad de la deuda de Bankia. Que cuando se desate el tsunami económico final, quiero morir como soldado valeroso en plena batalla. Con las copas puestas.

 

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

Comentarios