Violencia en la adolescencia

La desaparición de la joven Marta del Castillo ha conmovido a la sociedad, no sólo por la tremenda pérdida de su vida, sino también por la estremecedora actitud de los implicados llena de una frialdad incalculable, cinismo y escasos sentimientos de arrepentimiento.

Desgraciadamente nos encontramos ante unos adolescentes peligrosos que agreden a sus padres, profesores y compañeros, que participan del vandalismo callejero y acosan sexualmente a los más indefensos. Se ha pasado de las peleas propias de la edad a agresiones que causan la muerte.

Los últimos datos que ofrece el Instituto Nacional de Estadística sobre los delitos incurridos por los jóvenes menores de 20 años durante el año 2007, muestran una cifra de 57 homicidios, pero lo más alarmante es que 16 han sido realizados por jóvenes de 14 a 17 años.

Miguel, -el asesino confeso de Marta- es el falso líder del grupo que necesita demostrar su autoritarismo a través de su rebeldía. Infringe las normas causando temor al resto de la pandilla, que obedece a ciegas los mandatos del líder. Lo importante para ellos es el ser estimado por los colegas cueste lo que cueste, y el castigo es un riesgo que merece la pena asumir.

No me cabe la menor duda de que el comportamiento de estos jóvenes delincuentes, como el de tantos otros de su misma edad, ha sido influido por varios factores. Por un lado, la excesiva violencia que aparece en las películas, video-juegos e internet, donde el héroe malvado, atractivo y no condenado es objeto de imitación. Al joven se le anima a un fácil aprendizaje de conductas propias de un salvaje, convirtiéndolo en un ser insensible e indolente ante la violencia real. Y por otro, nos hallamos en una sociedad en la que el relativismo ético, el materialismo y la tolerancia es lo que impera.  

¿Qué necesitan los jóvenes para no llegar a cometer tales aberraciones? Los jóvenes, como cualquier ser humano en las diferentes etapas de su vida, necesitan de unos referentes, unas pautas e indicaciones que les ayuden a avanzar por el buen camino.

La obligada presencia de una persona con autoridad que transmita valores y formación moral, resulta patente en la sutil y conmovedora novela de William Golding, “El señor de las moscas”, en la que unos niños quedan abandonados en una isla a consecuencia de un accidente aéreo. A partir de ese momento, la reflexión se centra en cómo sobrevivir con integridad sin la presencia de un adulto, -indispensable para un correcto desarrollo de la persona-, a lo que lleva esa ausencia es a la manifestación de comportamientos agresivos, inhumanos, amorales y demoledores.

Lo que verdaderamente necesitan los jóvenes, especialmente en la etapa de la adolescencia, son unos padres, unos educadores que les orienten sobre lo que está bien o mal. Precisan de un entorno familiar sano, donde reine la disciplina y el cariño, el respeto hacia los mayores, y se ejerza la autoridad -que no autoritarismo- para establecer unas normas fundamentales de conducta, y así aprender a gobernar con libertad responsable sus propios impulsos.

 
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