La moral de al lado - El barrio confidencial – Pequeños pensamientos versallescos

VERSALLES. Quizá un lirio del campo valga por toda la pompa de Versalles, quizá Versalles sólo sirva para dar grandilocuencia a unos salones de bodas o para ser comparado con ese cuartel del alma que es El Escorial. Mme. de Sévigné escribió que a Versalles estaban llevando todos los bosques de Francia pero hoy no queda ni un árbol plantado por Le Nôtre. Más amargo, Saint-Simon diría que ‘uno admira y se va’. Versalles no ha tenido el respeto de las tormentas ni –en muchas ocasiones- de la misma Francia aunque hoy se use para acongojar al ministro de cooperación de, por ejemplo, el Senegal. Frente a la envergadura alegórica de Versalles, lo de Jeff Koons no deja de ser una ocurrencia.

VERSALLES, BIS. Hubo un día en que las estatuas más paganas de Versalles se vieron cubiertas de hojas de higuera, allá donde la modestia lo exigía, y al poco llegó Hubert Robert a pintar la Grande Galerie. La pintó ya sin techo, a la espera del trabajo del musgo y de la hiedra. Le empezaron a llamar ‘Robert des Ruines’. Ascendió al trono Luis XVI y se replantaron los árboles plantados por su abuelo: aparecieron entonces boscajes olvidados, esculturas sorprendidas como Diana en su baño, un Versalles que volvía a su esqueleto. Robert pintó a los niños que jugaban en los troncos ya caídos. Así se terminaron las fiestas galantes, los juegos de agua, las trompetas triunfales de Lully.

LAS PALABRAS DEL JARDÍN. Xènius recomendaba a los poetas que, como trabajo remunerado, se hicieran jardineros. Veía algo genésico en el acto de regar. Intuiciones infantiles: aquel niño que quería ser jardinero ‘para seguir la obra de Dios’.

¡UNA DE AUTOESTIMA! Es curioso que hoy se propugne tener autoestima antes de tener motivos.

EL BARRIO CONFIDENCIAL. En el barrio de Salamanca el pecado queda tan al fondo como en los cuadros de Vermeer. Es media tarde y ahí avanzan, mujeres admirablemente patifinas, en la última duración de su moreno. Dejan por el aire medio minuto de Coco Chanel. En los escaparates ya están las vanidades nuevas del otoño y –de pronto- querríamos comprarlo todo sólo por el gusto de no usarlo, llevar una vida frívola de patitos hilton y copas de vino sobre mantas de visón. Ante todo mucha risa. Hay hombres con trajes de ligereza estimable, de buen corte, en grises infinitamente matizados. El entretiempo era esto. Aquí y allá, el gesto solemne de una arquitectura, el mundo en un azogue antiguo, la tarde que cae con la teatralidad de quien lo ha ensayado tantas veces. Es un Dios benigno el de estos barrios.

BOBIN Y LA LUZ DEL MUNDO. Christian Bobin ha llegado de la soledad a la totalidad en su pequeño eremitorio en Le Creusot. Está entre San Francisco y Simone Weil y con frecuencia dan ganas de leerlo de rodillas. Puede parecer que tiene el don de mirar lo pequeño cuando en realidad sólo mira lo esencial: unas flores contra la pared, el agua de la risa de los niños, la huella que un gorrión dejó sobre la nieve. Todo su sentido de alabanza camina del modo más directo hacia la purgación de las vanidades intelectuales. Alguna vez se ha permitido una crítica contra las cuquerías del mal y de la noche: su literatura es, por superación, paradigma de todo lo contrario pero cualquiera tiene tentaciones de explicarse. Bobin lo sabe todo de esas galerías que comunican el dolor, la esperanza y la alegría; sabe de nuestra última vocación hacia la luz.

TODOS PUSILÁNIMES. El exceso era malo pero también será malo creer que el exceso consiste en dos bombones. Somos más responsables, también más pusilánimes: ‘no, ya llevo tres’; ‘mañana madrugo’; ‘engorda’; ‘es fatal para la piel’. ¿Dónde está la alegría de corazón de la vieja Europa? Hay quien deja de ir un día al gimnasio y tarda en curarse varios meses.

LA MORAL DE AL LADO. Al lado de la responsabilidad, de la vida diaria y los buenos días al panadero hay un orden alternativo de copas por el aire y de encuentros extraños, de estrellas de la noche, de diablos alados, de monstruos burlescos, lugares más bien inverosímiles y un mundo que parece un carnaval. Todo nuestro andamiaje moral convive a un solo paso –muy escurridizo- de esa moral del otro lado, como quien se descubre en el bolsillo un matasuegras.

MUNDO MALO. Cada vez que le oía hablar mal del mundo, no podía dejar de pensar que estaba extrapolando.

 

CHÂTEAU GRILLET. Llegan a España unas cuantas cajas del Château Grillet, donde lo raro coincide con lo bueno. Está en la entraña de Condrieu, en un pago que cultivaron los romanos y que hace siglos se pide por su nombre. Lo lleva la misma familia –‘de père en fils’- desde 1830. El Grillet es la denominación más pequeña de Francia, dos o tres campos de fútbol para esa uva viognier recogida de los vientos del norte. Provenza de los poetas y las flores, como un trampolín para el derrame lírico. El 98 está magnífico hoy y estará extático en cinco años, siempre en la liga de los altos blancos, del Chalon al Montrachet o el Clos Ste. Hune. Conviene tumbar la botella en la bodega, conviene cerrar con llave la bodega.

LORCA EN VELÁZQUEZ

Y yo que me la llevé a Bogo,

pensando que era mocita,

pero tenía maromo.

LOS ARMARIOS DEL ALMA. Ojalá que siga habiendo en cada casa el suficiente espacio como para que haya cajones que nunca se abren o se abren una vez cada diez años. Es el envés material de la memoria, como una caja cornell, donde los restos de un paquete de ‘fortuna’ significan más que un cráneo de Atapuerca. Ahí aparecen una pierna de muñeca, el tapón de una litrona bebida a escondidas, un ejemplar del diario Ya, unos apuntes de comentario de texto, una estampa, el folleto de un hotel rural (‘Descubra Sigüenza’), las postales que mandabas desde lejos, cuando niño, redondeando bien la letra, para contar lo bien que iba todo cuando estabas tristísimo.

BOLERO POLÍGAMO. Me importáis tú, y tú, y tú…

YSL. Yo también vi a Saint-Laurent y me pareció un enorme gato persa. Fue en el Minzah, paréntesis de palmeras en ese agujero de subdesarrollo y mierda que es Tánger. Salíamos de tomar una copa y dos moritos sujetaban a Saint-Laurent, como un soufflé a punto de venirse abajo. Estaba ya mayor el hombre doliente y honorable que ciñó de sedas amarillas a las muchachas de Proust, tan lejos de la moda como mendicidad, afín a la vieja razón de que se sintieran muy guapas. Era un hombre de cristal, con un orgullo muy fiero, paciente de algún dolor inexplicable y antiquísimo, tal vez el dolor que antecede a la belleza.

LA VIDA EN EL CAMPO. Salimos a que nos dé el mundo, a pasear. Pasear es un gesto de sencillez irrevocable porque no esperamos nada. En la tarde, sin embargo, no será difícil descubrir una belleza que no amarga, esas palabras que alguien nos escribe por dentro como si hubiéramos de guardarlas para siempre, la moneda de alegría con que pagaremos al barquero.

BREVE DE AMOR. Tras cada gesto de amor visible hay muchos invisibles. No hay que desesperar de la capacidad de bien. Amar es fijarse. El amor es ojo, decía un medieval. Bobin dice que el amor más puro sólo puede esperar la soledad más pura, quizá el lugar donde se tratan alma y Dios. A cada momento sorprende comprobar que el infinito está aquí al lado.

BRAVO SIMENON. Magistral humanidad de Simenon, capaz de dar su dignidad a cada cosa: la cerveza y los mejillones con patatas, las calles de la ciudad mojada, esos restaurantes que se llaman La Bécasse. Por sus páginas pasan el reportero pobre, el chocolatero que viste en gran burgués, las secretarias con el culo en pompa, los comisarios que roen pipas y se preocupan por el delincuente sin perder la orientación del bien y el mal, el barrendero que barre y va silbando una canción. Todo cabe entre las espaldas anchas de Maigret, y las pistolas aparecen exactamente como aparece el olor de una sopa. Simenon tuvo una concepción benéfica y alegre de la vida, acorde con su aspecto de señor que parecía atiborrarse de bombones al acabar la cena. El gremio hostelero belga le debe una estatua. Narrativamente vale por todos los cursos de escritura creativa que han sido y son y serán, escritor entregado por oposición a esas escritoras fotogénicas. Llegó a escribir en el escaparate de unos grandes almacenes. Escribía una novela en un mes y hacía el amor –algo sorprendente- cuatro o cinco veces cada día. Fue en todo un modelo de concentración. Por lo demás, ser genio es algo muy belga.

INSECTOS.

Una avispa me ha picado

en el dedo corazón.

¿Será una premonición?

EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ. Nostálgicos por adelantado, llegará el día en que digamos Boeing o Airbus como leemos hoy ‘pullman’ o ‘tramway’. Ese sonido tan viejo de conectarse por teléfono a internet se parecía a un viaje sideral. El ‘messenger’ será antiguo como las palomas mensajeras cuando cojamos del moflete por la pantalla o preguntemos qué colonia llevas hoy. Todo era inimaginable en nuestra infancia a cobro revertido. Por otra parte, nunca hemos tenido de modo simultáneo tanto optimismo y tanto miedo tecnológico.

FELICITÀ. ¡Ah, esas canciones italianas, excesivas, horteras, dramáticas, alegres, hoy en la militancia mancillante de la música chochi! Que levante la mano quien no haya pensado alguna vez que el acento italiano puede ser demasiado bonito. No sé bien qué ha pasado para que en estas últimas décadas los italianos hayan dejado de hacernos la vida más aleteante, en una tradición que empezó con las napolitanas y el Funiculì-Funiculà. Pagaría por oír cantar a Berlusconi. Tanta sobreactuación entroncaba del modo más directo con ese hortera que cada uno lleva dentro, felices de seguir esa primera pasión humana que es tararear. Qué humildes alegrías debemos al organillo. Esas canciones eran el beso salado del verano, el placer de sentirse como un sueco que descubre la paella. Felicità: é un bicchiere di vino con un panino, la felicità. Esto lo dice Epicuro y sería considerado autoridad.

PÁJAROS, 1. De entre las muchas cosas que pueden aprenderse de los gorriones está esa responsabilidad de acostarse tan pronto y levantarse tan temprano. Menos mal que existen las lechuzas.

PÁJAROS, 2. Si no tuviésemos pecado original, no nos tendrían miedo los gorriones.

EMAILS DE LEJOS. Solo, en la casa sola, en plena noche, en la mitad del campo, sin más defensa que nuestro Dios y –por si acaso- nuestros rifles. A lo lejos se agita la tormenta. Que se agite.

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