La caña

La caña en España va a ser un veinte por ciento más cara cuando se le aplique la nueva fiscalidad, según alertan los productores de cerveza. La caña en España, aunque rubia, tiene la negra –que más bien se toma en vaso de a pinta–, porque apenas anteayer valía veinte duros, con el redondeo pasó a costar un euro y, como ahora la graven con el tanto por ciento señalado, alcanzará el euro veinte, es decir, doscientas de las antañonas pesetas, si el cálculo no me falla. En menos de un quinquenio, pues, a la caña le van a duplicar el precio, mucho más raudo en subir que la propia espuma desbordante, metáfora en este caso de tan sencilla interpretación. Pero la caña en España no es sólo un líquido elemento susceptible de imposición fiscal indirecta, como pueda serlo la súper sin plomo. La caña en España podría considerarse una unidad de medida del ocio, pues el tiempo invertido en un bar pegando la hebra con las amistades no se contabiliza en horas, sino en rondas. Por eso, cada vez que le suben el precio a la caña, nos entra sin darnos demasiada cuenta una prisa que antes no teníamos, como si el moroso ritmo de la conversación se hubiera acompasado al perentorio caminar de las manillas en la esfera del reloj. Y entonces nos sorprendemos al proferir un casi inconsciente «oye, que se me ha hecho tardísimo». Claro que no deberíamos dar por mal empleado este pequeño hurto de nuestro mejor asueto si ello redunda en bien de la salud, que es también al fin y al cabo una forma de tiempo, ganado al dolor y a la muerte. Nuestra izquierda, tan pedagógica como redentora, tiene entre los puntos fundamentales de su ideario la prevención del consumo del tabaco y el alcohol. Así lo afirmó Rodríguez. La mejor prueba de coherencia retroactiva es que el Partido Socialista Obrero Español se fundó en una tasca envuelta en humareda de tagarninas y efluvios de morapio. El tiquismiquis secretario general de hoy hubiera preferido un aséptico Starbuck’s, claro. Como no sólo de la salud personal se trata, puesto que también es preciso paliar de algún modo el déficit generado por la sanidad pública, los miembros del Gobierno han aprovechado para reunir compactamente el argumento de la necesidad disuasoria con el argumento de la necesidad recaudatoria, y así presentar como inobjetable eso que realmente les gusta, como buenos socialdemócratas pedagogos y redentores que son: la subida de impuestos. Pues qué le vamos a hacer. Por mucho que la suban, por mucho que nos cueste, caña, caña y caña. En Génova 13 deberían poner barra libre con happy hour y lo que sea, a ver si se achispan un poco...

 
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