El chico de la guitarra

Estaba allí arriba. Sentado, con su guitarra, en lo alto de una roca que se descuelga sobre el mar. Un mirador natural que el tiempo y la fuerza de las olas han ido modelando. Eran las últimas horas del día y en la playa sólo quedaban valientes y enamorados. El sol, ya rojizo, afeitaba suavemente la arena y proyectaba en ella estiradísimas sombras.

Sonaba su guitarra entre el ruido de las olas. No tenía más de veinte años, pero estaba dedicándole alguna de sus mejores piezas al ocaso, con la apariencia de ser un músico experimentado. Su silueta en lo alto, recortaba el cielo y parecía la de un marino desafiando al viento en la proa del barco.

El muchacho enlazaba una canción con otra. De vez en cuando, paraba unos segundos mirando hacia el final del mundo y volvía a empezar alguna melodía. Tocaba bajito y acompañaba los acordes con suave hilo de voz. A veces parecía que estaba componiendo una canción. Y quizá era así.

Pensé entonces en la cantidad de canciones que nos ha dado el mar. Dicen muchos artistas que el agua es una fuente inagotable de inspiración. Hay grupos que no podrían entenderse si no es junto a algún océano. Como Los Limones, Seguridad Social o Duncan Dhu.

Los primeros son uno de los grupos de la historia del pop español que cuenta con mayor número de referencias al mar en sus canciones. El tema que los hizo famosos, “Ferrol”, comienza con un clásico “Vivo al lado del mar...”. Tres de sus discos están plagados de alusiones marinas: “Sube la marea”, “Donde acaba el mar” y “7 Mares”.

Seguridad Social lleva al menos dos discos reivindicando abiertamente las maravillas del Mediterráneo: “Otros mares” y, su último lanzamiento, “Puerto Escondido”. En ambos, Jose M. Casañ, líder del grupo, quiso incluir un texto en el libreto del disco donde reflexiona sobre la belleza del Mediterráneo como fuente de inspiración, como cuna del arte, como mar de la tranquilidad.

Haciendo un repaso ligero, son cientos las canciones que nacen y mueren en la orilla del alguna playa o en algún acantilado rocoso. De temporales furiosos de mediodía, al mar manso de la segunda edición del telediario. El agua que baña las costas del mundo trata de reflejar los estados de ánimo de los hombres. Y algunos, lo aprovechan para dibujar canciones caladas de salitre.

No volveré a saber nada del chico de la guitarra. Quizá regrese a su acantilado cuando yo no esté y no podré preguntarle si ha terminado ya de escribir la banda sonora de aquella impresionante puesta de sol. Pero sin duda, desde su escenario natural y a la luz de este atardecer de verano, habrá logrado una de las mejores canciones de la historia marina. Aunque quizá nunca la podamos escuchar en la radio, porque nos faltarían acantilados rocosos para sentar a tantos “Lennon” como aparecen cada verano.

Las discográficas deberían recomendar a varios de sus artistas que se acercasen a componer a la orilla de alguna costa perdida. Esos cuyas letras causarían vergüenza si no estuvieran acompañadas de acertadas melodías, podrían mejorar sin esfuerzo sus canciones, tan sólo observando una puesta de sol como la que retrataba, desde las rocas, mi nuevo y anónimo ídolo musical: el chico de la guitarra.

 
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