La comida más beneficiosa del mundo

Háganle un favor a la Humanidad. Dejen de estudiarlo todo. Dejen en paz las siestas, el vino tinto y la leche de cabra. Dejen de anunciar fórmulas mágicas para lograr la eterna juventud. Dejen de dar la lata con falsos descubrimientos sobre alimentos supuestamente beneficiosos para la prevención de enfermedades, si mañana ustedes mismos o sus colegas tienen intención de afirmar exactamente lo contrario. Dejen de tomarnos el pelo con increíbles hallazgos históricos y universales que días después resultan irrelevantes. Dejen de vaticinar el fin del mundo, el hundimiento del sistema, las mil y una plagas, el calentamiento global y la debacle universal. Déjenlo ya.

No sé que es más cargante, el incombustible grupo de científicos coreanos que afirman cada día haber comprobado que masticar aguijón de mosquito es conveniente para conservar la vista, o esos periodistas que inundan sus secciones de ciencia y sociedad con este tipo de panfletos sensacionalistas y perecederos que agotan la paciencia de cualquier lector sensato. Que si el Sudoku podría fortalecer las células del cerebro. Que si los escarabajos son capaces de contar. Que si podría haber agua salada en Marte. Que por qué razón sonríe la Mona Lisa. ¿Qué importa todo esto si no se puede comprobar, si es mentira, si mañana mismo dirán ustedes lo contrario o si es sencillamente irrelevante? Recuerden, por ejemplo, que toda la vida hemos escuchado que beber mucha agua es bueno para la salud. Bien. Pues ya no. Ya ha aparecido en Estados Unidos un grupo de científicos que aseguran que eso es sólo un mito. Que no hay nada demostrado sobre la ingesta de agua, salvo que es necesaria para sobrevivir. Y así todos los días. Hoy fibra, mañana no fibra. Hoy baños en el mar, mañana no baños en el mar. Hoy consumir castañas, mañana no castañas. Hoy beber sidra, mañana ni verla.

Hay investigaciones en las que la conclusión, que se supone que es fruto de años de trabajo, podría haberla alcanzado cualquiera desde su propia casa sin tantos medios y sin tantos esfuerzos. Si usted se tira de la oreja izquierda todas las noches aprenderá a guiñar mejor el ojo. Comer bien aumentará su esperanza de vida. Comer mal no. Ingerir a diario puercoespín vivo reduce las probabilidades de obesidad. Hay evidencias de vida humana en Marte. Ya no las hay. Un grupo de científicos concluye que doblar una cucharilla con la mente es imposible (¿habrán barajado la opción del cabezazo?). Vivir bajo el agua, tratamiento infalible contra el tabaquismo. Hallan increíble correlación entre la gente que bebe más de seis litros diarios de vino y la que se levanta con un ojo morado. Mil y un titulares inútiles que sólo aportan confusión y que seguramente esconden un nuevo agujero negro por el que circula a placer el dinero público. Mil y una investigaciones irrelevantes. O sencillamente imposibles.

Concluyo con la alimentación, que es a donde pretendía llegar y que es además uno de los ámbitos donde más sandeces se estudian y se publican. El principal problema de anunciar que beber té es bueno para todo es que lo es, pero especialmente para los fabricantes de té. Lo mismo sucede con la cerveza, con las pipas y con el pan de molde. Por eso todo estudio destinado a provocar cambios en el consumo de tal o cual producto está condenado a vivir bajo la sombra de la sospecha. Especialmente si sus conclusiones lucen como reclamo publicitario en el envoltorio del alimento que recomiendan, que es lo que sucede normalmente.

Después de leer decenas de estos estudios sobre alimentación para documentar –es un decir- este artículo –es otro decir-, ya no tengo la menor duda de que la comida más sana del mundo es la siguiente: ensalada de cardos, remolachas, kimchi y coles, con gajos de calabaza, regada con leche de soja, zumo de ortiga y miel, espolvoreada con una mezcla de polen, cúrcuma y semillas de sésamo, y consumida sobre un generoso lecho de aloe vera helado, tallos de bambú, copra y jalea real. El problema es que no hay nadie normal capaz de ingerir voluntariamente semejante cosa.

 
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