La defensa antimisiles y la histeria son incompatibles

La gran sorpresa en la Cumbre G-8 fue la propuesta, inesperada para muchos, del presidente Vladimir Putin a su homólogo George Bush respecto al escudo antimisiles: “intercambiar” el radar en la República de Chequia por el radar azerbaiyano que Rusia tiene arrendado.

Obviamente, los expertos saben que las negociaciones se iniciaron antes de la cumbre, y que en Heiligendamm lo único que tuvo lugar fue la presentación solemne de la idea, nada más. Al partir hacia Alemania, Putin ya llevaba consigo la respuesta rusa a la instalación en Chequia y Polonia del citado escudo, una iniciativa destinada a atenuar la crisis de las relaciones con Occidente; y Bush estaba seguro de que las propuestas sobre la materia serían inevitables. Lo cual está bien, porque indica que frente al carácter ostentoso de la polémica, orientada en lo fundamental al consumo interno tanto de Rusia como de Occidente, de manera cautelosa se desarrolla una política mucho más razonable que no siempre coincide con las aspiraciones de los halcones militares, ni de los occidentales ni de los rusos.

Bush, aun convencido de que iba a producirse una oferta seria, no supo preparar la respuesta adecuada. Algo a lo que no hay que dar excesiva importancia (en el plano técnico es un problema nada sencillo) aunque parece indicar que no tiene muy claro qué hacer con su Complejo Industrial Militar (CIM), el cual obviamente ya lo ha calculado todo hace mucho y posiblemente haya hecho ya las inversiones correspondientes. Pero el CIM es una baza triunfante, poco menos que el móvil perpetuo de la política exterior e interior norteamericana.

Cabe señalar que la idea rusa, presentada en el tiempo y lugar oportunos, no ha sido aprobada, por lo que su destino inevitable es la trituradora burocrática de acuerdos, consultas y debates, y su resultado, una incógnita. Muchos expertos rusos ya han manifestado su convicción de que va a ser indigerible, deducción que se basa en un axioma harto popular en medios militares rusos: EEUU no aspira a otra cosa que no sea liquidar a Rusia.

Esta creencia ha arraigado también en vastos sectores populares. No se les debe censurar, ya que, tras la desintegración de la URSS, la política de Washington no se ha distinguido precisamente por su lealtad con Rusia. Un par de ejemplos: el Pacto de Varsovia dejó de existir hace tiempo, pero la OTAN florece y se amplía; y se mantiene en vigor la tristemente célebre enmienda Jackson-Vanik, impuesta en tiempos soviéticos para obligar al Kremlin a permitir la libre salida de judíos al extranjero, aunque la URSS no existe y desde hace mucho los rusos viajan a donde quieren, cuando quieren. Y así sucesivamente. Los rusos tienen sobradas razones para sentirse agraviados por EEUU.

No obstante, persiste la duda: ¿será correcto dicho axioma? Al fin y al cabo, en EEUU no sólo hay partidarios de Brzezinsky. Y quizá Rusia no merezca la simpatía de Washington, pero sí beneficiarse de del sentido común de los norteamericanos, virtud que no sería justo negarles. Además, los verbos “querer” y “poder” son completamente distintos. Pero también a este respecto la respuesta de los expertos militares rusos es firme y lógica: EEUU no sólo quiere exterminar a Rusia, sino que está en condiciones de hacerlo.

Y, por fin, existe un tercer interrogante: ¿qué será del mundo, Estados Unidos incluidos, si los norteamericanos efectúan un ataque nuclear masivo sobre el territorio de Rusia? Tampoco en este terreno la respuesta de los especialistas es esperanzadora: no habrá “invierno nuclear”, la contaminación será local.

Sin embargo, conviene analizar más a fondo la situación en Rusia y en el resto del mundo, y no está de más hacerlo a partir de los cálculos basados en la lógica de los “alarmistas”.

Aceptemos como hipótesis de trabajo que EEUU de veras desea el hundimiento de Rusia... aunque desde hace mucho los rusos dejaron de ser objetivo prioritario en los planes del Estado Mayor norteamericano. ¿Acaso valdría la pena desatar la guerra nuclear contra un país que ni siquiera ha demostrado tener capacidad de sobrevivir, y me refiero a la problemática situación demográfica de Rusia? Por si eso fuera poco, el potencial económico y militar de Rusia no supone una amenaza para EEUU. Podríamos tenerlo, si se aplicara una política interior sensata, y de esa posibilidad da fe el ritmo de desarrollo económico de Rusia, pero por ahora no se vislumbra. Y queda demostrado si establecemos una comparación con el avance incontenible de los colosos asiáticos que, a propósito, no arrostran problemas demográficos. Creo que en el plano del enfrentamiento estratégico, esos países emergentes preocupan hoy a EEUU mucho más que Rusia. No cabe duda que pervive un cierto miedo a los rusos, pero no más.

 

Naturalmente, nadie ha retirado el problema del terrorismo de la agenda. Pero también en ese caso EEUU no se orienta a Rusia, sino a una región distinta. Tampoco deben ser olvidadas las espinas que EEUU tiene clavadas en su zona de influencia tradicional: Cuba, Venezuela y otros países latinoamericanos que optaron por un desarrollo “por la izquierda”. Entretanto, en Washington nadie ha renunciado aún a la doctrina Monroe.

Podríamos mencionar otros argumentos, pero creo que la idea está clara: nadie puede pensar seriamente que hoy en día Rusia sea el principal peligro para EEUU.

Bien se sabe que entre el negro y el blanco existe un sinnúmero de matices. No cabe duda que la instalación del “escudo antimisiles” en Europa altera el equilibro de fuerzas y, consiguientemente, desestabiliza la situación. Por lo tanto, la acción no violenta con respecto al “escudo antimisiles no es una vía adecuada para Rusia. Pero tampoco sería sensato caer en el extremo opuesto, ése que raya en la histeria. Ni siquiera si la opción azerbaiyana es rechazada, y el “escudo antimisiles” es instalado en Europa, escucharemos un fragor de clarines exhortando a todas las fuerzas del mal a que se lancen sobre Moscú.

Por último, analicemos en pocas palabras esa suerte de guión para un ataque estadounidense contra Rusia que circula por Internet, divulgado por expertos militares. Elemento clave de ese guión es el factor sorpresa, pues si la intención norteamericana es descubierta en la fase preparatoria, la respuesta de Moscú no se hará esperar. Lo que, en el mejor de los casos, conducirá al diálogo instantáneo que desembocará en una orden de retirada, y en el peor, nos conducirá a un “invierno nuclear”.

En opinión de los expertos rusos, para asestar un golpe nuclear por sorpresa los norteamericanos tendrán que desplegar solapadamente tres o cuatro escuadras de destructores de asalto en el Atlántico del Norte, dos o tres en el Pacífico y tres o cuatro agrupaciones de submarinos atómicos de ataque en el Ártico, es decir, en las mismas narices de los rusos: el Mar del Norte, junto al Estrecho de Bering y en la zona del Mar de Kara. Siempre según el mencionado esquema, estas agrupaciones tendrán que lanzar cohetes de crucero de gran alcance capaces de batir las regiones rusas donde están emplazados los misiles balísticos intercontinentales. Los cohetes de crucero necesitan de 2,5 a 3 horas para llegar al objetivo.

Aunque valoramos el criterio de los especialistas, no podemos evitar pensar que en su planteamiento hay un eslabón débil. Para que alguien pudiera desplegar “solapadamente” en las proximidades de Rusia semejante contingente, sería necesario que todas las Fuerzas Armadas rusas con, al frente, su Comandante en Jefe, pero también el Servicio General de Inteligencia, el de Contraespionaje, las tropas de defensa de las fronteras y las Fuerzas Navales se durmieran durante varios días, pues se precisa mucho tiempo para concentrar todas esas fuerzas en el lugar de lanzamiento de los cohetes de crucero.

Ya no me refiero a que el comienzo de una guerra está siempre anunciado por síntomas bastante evidentes: políticos, financieros, organizativos, publicitarios… de tal modo que habría que ser un incapaz total para no ver, ni oír, ni adoptar medidas. Tal vez en Rusia las cosas no marche lo bien que debieran, pero el país se ha sacudido el marasmo gerontológico de los últimos años soviéticos.

EEUU tampoco ha alcanzado aún la cúspide del marasmo. Si los rusos se duermen y permiten a los norteamericanos lanzar un ataque en toda impunidad, Washington podría confiar en que el daño causado por el arma nuclear fuera local. Pero, ¿y si no se duermen, si se mantienen alerta?

Por todo ello, cabe preguntarse: ¿con qué sueñan los “halcones” norteamericanos: con dominar el mundo o con el suicidio?

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