Los delirios de grandeza de Garzón

Seguramente estará más que satisfecho con haber sido el centro de todas las portadas de los periódicos, de los comentarios de las tertulias radiofónicas, de los editoriales y artículos de opinión durante los últimos días. Su “ego” está tan disparado desde hace ya bastante tiempo, que uno piensa que el principal sino único objetivo que persigue con sus “garzonadas” es precisamente ser el centro de atención del universo.

Pero su última actuación hay que reconocer que rebasa los límites normales y entra de lleno en el campo de la ciencia-ficción. La iniciativa judicial de abrir en el 2008 un juicio al franquismo, 33 años después de muerto su principal protagonista y transcurridos 70 años de la guerra civil, es muy difícil de calificar: ¿locura?, ¿sin sentido?, ¿patochada?, ¿ganas de hurgar en el pasado?, ¿paranoia? Cualquiera de estas valoraciones y muchas otras serían válidas para calificar la actuación de Baltasar Garzón Real.

Resulta francamente difícil valorar una decisión que está viciada jurídica y políticamente desde su inicio. Garzón se autodeclara competente para entender sobre este asunto, desprecia la ley de amnistía de 1977 y quiere sentar, de forma virtual, en el banquillo de los acusados a personas como Franco, Mola, Queipo de Llano, de las que por otra parte solicita que le remitan los certificados de que están muertos.

Para intentar explicar, sólo en parte, esta actuación tan sin sentido de Garzón se puede tener en cuenta dos circunstancias. En primer lugar, su compleja personalidad. Este juez se cree llamado por Dios y por la historia a ser una especie de “justiciero universal” y para eso no duda en abrir causas contra Pinochet, contra Franco y contra quien se le ponga por delante. Por otra parte, sus aspiraciones personales traspasan los límites geográficos de España y a él le gustaría ser, ya se ha postulado para ello, Premio Nóbel de la Paz o Presidente del Tribunal Penal de la Haya, o si se puede, las dos cosas a la vez. Y para eso, necesita llamar la atención con iniciativas sonadas, que se hable de él en la prensa internacional, etc.

La segunda circunstancia tiene más que ver con el caldo de cultivo creado por Zapatero a lo largo de los cinco años que lleva en la Moncloa. Su revisionismo histórico plasmado en la Ley de Memoria Histórica no cabe duda que ha creado un clima propicio para que un juez como Garzón se tire a la piscina, independientemente de que haya o no agua. Eso es lo de menos. Lo de más, es que hay un ambiente creado por Zapatero que posibilita actuaciones tan polémicas como la última de Garzón.

Pero dicho todo esto, habría que añadir que ya cuidado con las bromas. Se está jugando con fuego. Se están reabriendo heridas que se intentaron superar en la transición política a través del esfuerzo y de la generosidad de gentes que hundían sus raíces ideológicas y en algunos casos familiares en los dos bandos enfrentados en la guerra civil. Todo ese esfuerzo no puede ser malgastado treinta y tres años más tarde por la conducta caprichosa de un juez con delirios de grandeza.

 
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