El experimento

El Pentágono acaba de poner a prueba un avión hipersónico, el Waverider X51A. Este trasto alcanza los 5.793 kilómetros por hora, lo que significa que si sobrevuela a baja altura nuestras autovías, fundirá todos los radares de Tráfico y generará una deuda millonaria con el Ministerio del Interior español. Algo que no nos vendría nada mal. Dicen que es capaz de recorrer la distancia entre Nueva York y Londres en una hora. Supongo que para lograr semejante gesta, aparte del combustible habitual, los pilotos necesitarán hacer un pedido de varias toneladas de whisky.

De todos modos, lo de recorrer Nueva York-Londres en una hora tampoco es ninguna novedad. Yo mismo lo he conseguido varias veces con ayuda de Google Earth. Sólo hacen falta unas nociones básicas de geografía y cierta pericia en el manejo del ratón. Si apuntas mal o te tiembla el pulso, acabas en el Caribe, que tampoco es mal sitio para pasar la tarde. Todo el mundo sabe que viajar a Londres desde Nueva York no tiene ninguna emoción. Es imposible encuadrar un viaje de placer en esa ruta, salvo que sea usted el protagonista de una de esas modernas comedias americanas, en las que el drama de la distancia acaba bien y la guapísima chica inglesa decide casarse con el bueno de la película. Esas modernas comedias americanas que no existen.

La prueba del Waverider X51A es una gran noticia. Dentro de nada, un avión podrá despegar en Nueva York con destino a París, y darse la vuelta en La Coruña porque el piloto se ha olvidado el tabaco en el bar del aeropuerto neoyorquino. Aún así, y parando a tomar unas copas en Ibiza, la nave llegaría con diez horas de adelanto a su destino. Eso sí, con todos los pasajeros muertos. Pero eso es lo de menos. No todos los inventos son perfectos. Además, por el momento, estos aviones no están pensados para usos comerciales sino militares. Así que en el peor de los casos, lo que llegaría cadáver son las bombas y las pistolas. Podríamos hacer una fiesta pacifista para celebrarlo, con música de John Lennon, hierbas aromáticas, eslóganes preadolescentes, y pantalones de campana.

Según mi amigo el prestigioso científico Chin Fú Manchú, un ser humano que viaje dentro del Waverider X51A, en el mismo instante del despegue, perdería toda la dentadura, que quedaría amontonada en el fondo del avión. Y una vez alcanzado cierto nivel de presión, le estallaría la cabeza. Comprendo. No les facilitaré más detalles de los hallazgos de Fú Manchú. Pero sepan que esto es lo que hay.

Alivia conocer que el Pentágono se dedica a lanzar cacharros por el aire a casi seis mil kilómetros hora sin saber muy bien, cómo, cuándo, ni dónde, van a caer. Y es lógico, porque a esa velocidad, por más que pongan en fila a diez millones de científicos con cuadernos de observación, gorras, prismáticos, y bolígrafos en las manos, resulta imposible detectar donde cae la nave. La única forma de lograrlo sería pintándole un balón gigante en la chapa al avión y contratando a un árbitro de la liga española para que determine si la caída del Waverider X51A se produce dentro o fuera del área prevista. Y eso es precisamente lo que han debido hacer en este lanzamiento, porque me confirman en directo que el famoso avioncito se fue al garete mucho antes de alcanzar la velocidad hipersónica. Fue lanzado con éxito y a los 16 segundos se espachurró, como consecuencia de un fallo en una aleta. La falta de desodorante está haciendo mucho daño a la aeronáutica.

El X51A WaveRider sólo está en pruebas. Han sido varios los lanzamientos anteriores y la mitad de ellos se han desintegrado a los pocos segundos. Esto explica probablemente la extraña pérdida de cornamenta de un elefante en Zimbabwe hace dos semanas. Supongo que algún día todo funcionará bien. Y cuando por fin consigan controlar dónde cae la aeronave, y logren establecer vuelos comerciales con esta tecnología, no será necesario subirse al avión para desplazarse dentro de España. Por tres segundos que tardará en recorrer la ruta La Coruña-Cádiz, imagino que nadie se morirá por ir agarrado a la puerta por fuera y ahorrarse el coste millonario del billete. Le preguntaré a Fú Manchú por las consecuencias médicas del tongo.

Quizá ustedes se ríen, pero es hora de preguntarse por qué el XXI es el siglo de la obsesión por la prisa y la velocidad, con lo bien que se vive despacio, excepto cuando uno tiene que atravesar España por carretera. Porque, ya puestos, también es hora de preguntarse por qué a los americanos les permiten viajar a 6000 km/hora en una especie de proyectil por donde les dé la gana, y yo no puedo pasar de 120 con mi cochecito en la autopista. Que hace un par de semanas, cruzando Castilla en autovía, me adelantó un burro cojo y cargado de plomo, que corría por la estepa porque llegaba tarde a la tienda de alfalfa. Que no lo maté de un volantazo de milagro, por si acaso se trataba de la versión española del Waverider X51A después de los recortes en Defensa. Que los españoles no estamos precisamente como para que se nos desintegre el prototipo hipersónico en mitad del experimento.

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

 
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