Del faisán a la gaviota

Lo decían por los pasillos del Congreso, en Génova, y hasta en las ruedas de prensa. Hablaban de un político preparado, con sentido de Estado. No le cabía todo el Estado en la cabeza como a Fraga, pero sí un par instituciones de segunda, y alguna que otra sesión parlamentaria. Tanto le subieron la autoestima al ex ministro de Interior, que terminó alzándose con las primarias socialistas. Toda una gesta, si pasamos por alto que no llegaron a celebrarse.

Parece que ahora Rubalcaba quiere devolverle el favor a los populares. Esa es la única razón que explica la sensacional campaña que le está haciendo a Mariano Rajoy. Si continúa esta estrecha colaboración, tal vez Rajoy debería plantearse la posibilidad de ofrecerle un ministerio, o encargarle, al menos, la gestión del bar del Congreso. De alguna forma tendrá que pagarle los servicios prestados.

Su candidatura es la viva representación de la inconsistencia política. El experto fontanero, el hombre de las cavernas, el especialista en negociar bajo la mesa, está irreconocible en primera fila, en el papel de candidato limpio y aseado. Se le nota incómodo, sometido a la férrea disciplina de los asesores, que parece que más que ayudarle a ganar, se están vengando de él.

Durante semanas, lo hemos visto luchando contra su inclinación natural a la gresca de barra de bar. Mostrándose en televisión apocado, disfrazado de vegetariano, mirando a la cámara casi con amor, como si fuera a lanzarse a recitar a Gloria Fuertes. En algún mitin incluso ha estado a punto de besar a un niño en la frente. La democracia española se derrumbaría si Rubalcaba hiciera algo así. Lo siguiente sería leer a Petit y a Gamoneda. Y de ahí, a componer bobadas sobre el viento y la tierra, sólo hay un pequeño paso.

En los últimos días, después de sustituir el ‘Alfredo’ por ‘Rubalcaba’ a secas, y de abandonar las palabras biensonantes, su popularidad se ha venido abajo. Pierde cuando finge, y pierde más aún cuando se muestra como es. De momento, su único horizonte es una histórica derrota. En su conciencia, la tragedia es tener la seguridad de que su contrincante podría seguir de vacaciones hasta el 20-N, sin decir ni una palabra, que obtendría el mismo resultado electoral que ahora mismo predicen todas las encuestas.

Lo peor de todo lo que está ocurriendo con el político de Solares, es que los socialistas le están dando la razón al PP en esa cansina estrategia de oposición silenciosa y simpática, con la que nos llevan torturando desde hace un par de años. Me molesta reconocer que les está funcionando. Y lo mejor, en cambio, es que el PSOE que ha vuelto a arruinar España no tiene ninguna posibilidad de seguir machacando este país después del 20-N, salvo catástrofe, entendiendo como catástrofe algo más que el hecho de que el ministro de los GAL, del 13-M, y del Faisán, se presente a unas elecciones generales a estas alturas de la fiesta.

Nunca Mariano Rajoy lo ha tenido tan fácil, peleando –es un decir- contra un adversario de tan corto recorrido. Al final, si la estrategia electoral de Rubalcaba pasa por seguir pegando bandazos a la deriva, anunciando que su primera ley será sobre la muerte, amenazando con freír a impuestos a los ricos, e insistiendo en recordarnos la eficaz gestión de Mariano Rajoy en la catástrofe del Prestige, el PP se verá obligado a condecorar a unos cuantos asesores de campaña del PSOE y a rendir todos los honores al propio candidato socialista, que parece haberse pasado del faisán a la gaviota. Qué extraño y misterioso se está volviendo este país.

 
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