El feto oculto

Fallecida recientemente Jean Simmons me viene a la memoria la escena de la película Espartaco en la que los esclavos recién liberados obligan a sus viejos señores a luchar como gladiadores. El héroe reconstruido se indigna, pues se le supone una intención distinta a la mera repetición de los esquemas de dominación que debían superarse. No es muy hábil la derecha política, ni tampoco  el amplio y diverso movimiento provida, a la hora de denunciar la manipulación ideológica de los agitadores  radicales, capaces de construir sobre la senda de una liberación pasada la más terrible forma de opresión, la que niega la presencia a quien esta ante nosotros, frente a toda prueba biológica y frente a las evidencias de los ultrasonidos. Creo, en este sentido, que la izquierda tendrá que justificarse en el futuro ante este nuevo cerrar de ojos, tan similar al que realizó en el reciente pasado ante los “excesos” revolucionarios de sus camaradas.

El cinismo del discurso se prueba no sólo en la subordinación absoluta de un ser a otro, uno que no se pone en el lugar de su propio hijo, algo que pasa sobre “la regla de oro” de forma brutal “no le hagas a tu hijo lo que no te hubiera gustado que te hicieran a ti”  , sino en los sofismas que se manejan para justificar que el otro no es tal. Si no fuera otro realmente no incordiaría, podría esperarse a que se resolviera, no frustraría por su deficiencia o por la incomodidad del momento de su llegada; si fuera un ser vivo pero no un ser humano, no habría aborto, pues no se abortaría su devenir vital. Gustavo Bueno, en las mejores páginas de su última obra, junto a las que dedica a Garzón,  ha mostrado la forma de corrupción que supone el aborto en nuestra democracia.

Realmente si el derecho al aborto cabe en nuestra Constitución, si la disposición sádica sobre el otro adquiere los caracteres de un derecho, eso no calificaría al aborto sino que califica a la Constitución, o siendo realistas califica al Gobierno que lo promueve, a las Cámaras que lo aprueban, y al Tribunal Constitucional que se lo trague. Probablemente también nos califica a nosotros. Uno es hijo de su época, pero entre todos hemos ayudado a definirla.

 
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