El funcionario modular

La crisis está provocando que la función pública se asemeje cada vez más a una estantería formada por piezas yuxtapuestas que, según las necesidades, ora se añaden, ora se quitan. Desde mayo de 2010 toca solamente lo segundo: rebaja de sueldos un cinco por ciento de media, congelación posterior y, ahora, supresión de la paga extra de Navidad. Se van apeando módulos para destinarlos al trastero oscuro del déficit, donde hay un gran peso que soportar.

Por desgracia, también hay que soportar el gran peso de la pesadísima gente que, ante los ajustes, se sitúa en los extremos. No sé si es mucha, pero es ruidosa y aporta poco. Por un lado están esos integristas de lo público para quienes cualquier cambio en el estatus de los funcionarios es una agresión inadmisible al bienestar de la sociedad. Por otro lado tenemos a los arbitristas según los cuales los problemas del país se solucionarían echando a la calle a casi tres millones de parásitos. Estoy acostumbrado a sufrir los intentos de complicidad de ambos: de los primeros, por ser profesor de instituto; de los segundos, por mis tendencias más bien liberales. Rechazo sus sinapismos por igual.

Dicho esto, pues hombre, la verdad es que toca las narices ese ir tirando siempre de la misma maltrecha estantería, mientras hay armarios enteros, vetustos y robustos, que están ahí sin tocar. Cuando anunció Rajoy en el Congreso el recorte en un treinta por ciento del número de concejales según tramos de población, la bancada popular lo aplaudió como si se tratara de una gran audacia. ¡Políticos haciéndose el haraquiri entre muestras de reconocimiento! Tenían que extremarlas para que viésemos lo munificentes que son, y a la vez dejásemos de ver que las concejalías suponen un gasto muy pequeño comparado con el de otras instancias políticas aún intactas, elegidas por sufragio o no. Estas últimas, las que no, deberían desmontarse las primeras.

Entretanto, al sótano tenebroso del déficit, donde se acumulan por el suelo las deudas viejas y nuevas, se siguen bajando las piezas de este anaquel que es el empleo público, sin que importe la disparidad de tamaños, de formas, de colores. Cualquier balda es buen vasar de platos rotos. Para futuras oposiciones —supuesto que las hubiere—, e independientemente del cuerpo y la especialidad, no vendría mal que se incluyese como parte del temario el manual que explica cómo se ensambla la estantería Expedit de IKEA. Esa que admite adaptaciones de quita y pon, pero también de pon y quita, como las condiciones salariales del funcionario modular.

 
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