¿Le gustará a la TV el vodka?

Según la mitología griega, los hombres fueron creados con barro por Prometeo, un titán descendiente de los dioses que dominaron el mundo antes de la llegada de los dioses olímpicos. Zeus, líder de estos últimos, enfurecido por el desafío de Prometeo, ordenó crear a Pandora, una bella mujer que fue enviada como castigo a los hombres. A pesar de que el nombre de “Pandora” significa “todos los dones”, no era sólo dones lo que la muchacha llevaba en su caja. Según la versión más extendida, su curiosidad la llevó a abrirla, esparciendo todos los males que hoy sufre la humanidad y haciendo desaparecer todos los bienes, excepto uno, la “esperanza”, que quedó en el fondo de la caja al ser cerrada a tiempo. Si trasladamos este mito a nuestros días, la televisión vendría a ser esa gran caja de la que brotan todos los males que aquejan a la sociedad. Cada uno de nosotros encarnaría el papel de la curiosa Pandora cuando, al encender el televisor, abre la caja y deja escapar ese enjambre de maldades. No obstante, no podemos olvidar, tal como recuerda la mitología, que la “esperanza” es lo último que se pierde y que, en el fondo de la caja, permanece como consuelo. “¡No a la caja tonta!” o “Merecemos una TV mejor” podrían servir de lema para los pancarteros de turno. Sin embargo, la televisión no es mala y perjudicial por definición, ¡es un gran invento! No voy a enumerar los evidentes beneficios que de un buen uso se podrían derivar. Como dirían los de Jarabe de palo, “depende, todo depende, de según cómo se utilice todo depende”. Según cómo se utilice y cómo se gestione. La gestión de una cadena condiciona el uso que de ella se pueda hacer. En España, la televisión se concibe como un servicio público esencial de titularidad estatal. Con independencia de que el gestor de la licencia sea el Estado o una empresa privada, debe ofrecer un servicio público y, para ello, es deseable lograr la rentabilidad —por no decir un requisito indispensable en el segundo caso-. Cuanto mejor gestionada esté una cadena, mejor servicio podrá ofrecer. La rentabilidad no garantiza un buen servicio, pero sí que debería facilitarlo. TVE se encuentra en un momento decisivo. Su futuro está en juego. Un filósofo, un catedrático de filosofía, una catedrática de ética, un catedrático de comunicación audiovisual, un periodista, 9 meses y un informe... No, no es el último reality de Televisión Española, es el “Comité de sabios” nombrado por el Gobierno para diseñar un nuevo modelo de televisión pública. Para ser sincero, hay que reconocer que, digan lo que digan, van a ser criticados. Aunque para ser todavía más sincero, hay que decir que la solución de los “sabios” es una tomadura de pelo, no tanto por lo que proponen, si no por lo que no proponen. Vayamos paso a paso. ¿Cuál es su propuesta? Primero, que el Estado, a través de la SEPI, asuma la deuda de 7.500 millones de euros que acumula RTVE. Segundo, que también sea el Estado el que subvencione anualmente el 50% de los costes vía Presupuestos Generales. Y tercero, reducir la publicidad de 12 a 9 minutos por hora natural. Es decir, los “sabios” proponen lo que se pretende desde la Moncloa. ¿Y para esto se necesitan cinco “sabios” y nueve meses? Menudo parto. ¿Qué es lo que no proponen? No proponen lo primero que deberían haber propuesto: una definición de verdadero e independiente servicio público de televisión y un modelo que lo lleve a la práctica. El problema no se soluciona “a base de talonario”, es necesario ir a su raíz. Hay que redefinir el sistema. La solución no puede ser inyectar dinero público cada vez que el ente de radiotelevisión genere déficit. Éste es un juego perverso —y caro-. Y más aún si antes no se garantiza una independencia verdadera y fáctica. Estoy de acuerdo con que se subvencione la producción de determinados géneros que no sean rentables y que supongan un auténtico servicio público, pero primero habrá que definir qué géneros son éstos. Sin trampas. En caso contrario, cualquier programa podrá ser considerado y vendido como servicio público según los intereses del gobernante de turno. ¿Por qué pagar con el dinero de todos los españoles una televisión al servicio del Gobierno? ¿Acaso La azotea de Wyoming no es un programa ofensivo para parte de la ciudadanía y dirigido en exclusiva al sector más progre? ¿O me van a decir que es un servicio público? Es evidente que el poder sigue controlando la televisión y, con una actitud hipócrita, se empeña en vendernos lo contrario. Ni caja tonta, ni caja de Pandora, ni caja fuerte para acumular beneficios. Tampoco es una caja de bombones similar a la de Nestlé —aunque no descarto que acabe convirtiéndose en una “caja roja”-. Ni siquiera es la caja de la sabiduría de los “sabios” de ZP. La televisión es una caja de sorpresas que puede contener todas estas cajas a la vez, una dentro de otra, al estilo de una muñeca rusa. ¿Le gustará a la TV el vodka? Quizá los “sabios” tengan la respuesta.

 
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