La imprudencia del Rey

 “Hay que intentarlo” dicen que dijo el Rey en una conversación informal -si micrófonos ni cámaras- con periodistas, al hilo del acuerdo de paz alcanzado en el Ulster que ha llevado a la formación de un gobierno entre los republicanos de Martin McGuinnes y los unionistas del pastor protestante Ian Paisley.

Esas palabras del Jefe del Estado han sido interpretadas por todos los partidos políticos, medios de comunicación, analistas, de la única forma que se podían interpretar: como un capote del Monarca al mal llamado “proceso de paz” que Zapatero comenzó al llegar a la Moncloa y que no ha roto a pesar del atentado cometido por ETA en la T-4 de Barajas el pasado 30 de diciembre que costó la vida a dos ciudadanos ecuatorianos.

En lo que ya hay una cierta discrepancia es a la hora de afirmar si el Rey dijo eso porque quería decirlo, consciente de que iba a ser interpretado como un apoyo a la política antiterrorista del Gobierno o fue más bien un desliz cometido por Don Juan Carlos que se vio sorprendido en su “campechanía” habitual al acceder a comentar con unos periodistas cuestiones de actualidad. Si se trató de un desliz, el asunto ya reviste una cierta gravedad porque el Rey ya tiene años de oficio para saber salir de esas situaciones sin decir nada. Si esa declaración fue voluntariamente buscada, entonces la gravedad es mucho mayor.

En una cuestión tan delicada y sensible como es la lucha antiterrorista, que debido a la estrategia negociadora de Zapatero con ETA ha producido una profunda indignación en una parte muy numerosa de la sociedad española, el Rey no puede ni debe tomar partido. En una cuestión en la que el principal partido de la oposición mantiene una radical discrepancia con el Presidente del Gobierno, el Monarca no puede ni debe ponerse al lado de éste. En una cuestión en la que las víctimas del terrorismo han pedido de forma reiterada a Zapatero que no negocie con ETA y que respete la memoria y la dignidad de los muertos, Don Juan Carlos no puede ni insinuar que apoya esa política antiterrorista.

No vale esgrimir que desde la transición existía una norma tácita entre los periodistas consistente en que cualquier conversación informal con el Rey no se podía utilizar textualmente. Eso es pecar de una ingenuidad, impensable en el actual Jefe de Estado. Si quiere decir algo, que está en su derecho, que lo haga con cámaras y micrófonos, en una declaración institucional y vestido de civil, no de manera informal, en unas dependencias de la Guardia Civil y vestido con el uniforme de máximo responsable de los Ejércitos.

El Rey se equivocó con esa declaración. Baste con ver quien se ha apropiado de ella: el Gobierno y todos los partidos que apoyan a éste, entre los que se encuentran los que desearían ver a Don Juan Carlos destronado y viviendo más allá de los Pirineos. Lo menos que se puede decir de la citada declaración real es que fue imprudente, innecesaria e inoportuna. Un grave error que el Rey debería de reparar en la primera ocasión que tenga, pensando sobre todo en las víctimas del terrorismo que se sintieron dolidas con sus palabras.

 
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