El islamismo en Turquía durará más que Erdogan

La victoria de los islamistas en las últimas elecciones en Turquía se comenta tanto en los países de la Unión Europea como en Rusia, aunque aquí quizá sin muchas de las emociones propias de los comentarios occidentales.

Pues Rusia, a diferencia de la UE, no necesita tomar decisiones respecto a la próxima aceptación o no de los turcos en su condominio. Rusia tiene relaciones normales con Turquía, unas relaciones de trabajo, y numerosos rusos pasan sus vacaciones en centros turísticos turcos. A Rusia le importa lo que está pasando en los países limítrofes, y en este caso concreto se hacen comentarios, a veces bastante curiosos, pero no siempre muy convincentes, desde mi punto de vista.

De hecho todos señalan que existe una situación paradójica. El Partido de la Justicia y Desarrollo, encabezado por el primer ministro Erdogan, el cual obtuvo una convincente victoria en las elecciones, es (aunque por poco) el más marcadamente europeo entre todos los partidos turcos; sin embargo, su triunfo es un argumento más para quienes se oponen a la admisión de Ankara en la UE. Ello lleva a ciertos analistas rusos a señalar que la democracia occidental, de hecho, rechaza la democracia, pues las elecciones en Turquía se desarrollaron honestamente, y los turcos reafirmaron su apoyo al partido de los islamistas.

También se llega a otras conclusiones. Según la revista rusa Vlast (El poder), "el partido fiel a los principios del islamismo, el que ignora el concepto ‘nación’, es capaz de resolver mejor que otros un problema tan añejo de Turquía como es el kurdo". Téngase en cuenta que, como resultado de las últimas elecciones, varios escaños en el parlamento fueron ocupados por diputados kurdos. Es un hecho que impresiona, especialmente si se tiene en cuenta las recientes informaciones según las cuales que militares turcos y mandos estadounidenses en Iraq están preparando en secreto una operación antikurdos en zonas limítrofes con Turquía. Resulta que mientras los islamistas turcos introducen kurdos en el parlamento del país, los militares laicos intentan resolver el problema kurdo mediante un viejo método: el empleo de fuerza.

Además, el medio citado sostiene que en la UE se aplica a Turquía el principio de "no negar y no admitir", porque Europa Occidental teme al rival que sería una economía turca en dinámico desarrollo.

Conviene a este respecto recordar que la UE fue fundada por países con fuertes economías que rivalizaban entre sí, mas ese hecho no les impidió encontrar un lenguaje común, porque pensaban en las futuras ventajas políticas y económicas. Después, la Unión Europea se amplió admitiendo a países con distinto nivel económico, y en ocasiones con un carácter nada fácil. (Por ejemplo, el actual comportamiento de Polonia era fácil predecir, a poco que se conociera su Historia.) Así que la economía turca es un problema puramente técnico para la UE, problema que puede solucionarse fácilmente y no debería constituir de un serio obstáculo para la admisión de los turcos en la familia europea.

El problema fundamental estriba precisamente en que Turquía no es miembro de la familia europea. En la memoria de muchos pueblos europeos todavía no han cicatrizado las heridas provocadas por los conflictos bélicos con los turcos, no se ha borrado el recuerdo de la forzosa islamización de Europa y las masacres que organizaban quienes la imponían. Varios países de la UE en los que está ha arraigado e incluso predomina el islamismo son fruto de aquel proceso. Es, por lo tanto, un problema viejo… pero no debería ser fuente de problemas nuevos, y de ello podría servirse Turquía. La diferencia es muy sustancial, especialmente si se tiene en cuenta que Ankara hasta hoy se niega categóricamente a reconocer obvios hechos históricos como las masacres de cristianos en Grecia, Bulgaria y Armenia.

Por último. Turquía es la puerta que lleva al mundo islámico. Si esa puerta europea se abre de par en par, es fácil prever que será franqueada por una peligrosa mezcla explosiva en lo social, lo político y lo religioso. Y no se puede descartar que como consecuencia de ello lo de "París en llamas" se les antoje a los europeos dentro de poco un juego infantil.

Mientras tanto, la UE no sabe qué hacer con los islamistas ya naturalizados, ni tampoco con aquellos que se encuentran en su territorio de modo semilegal o ilegal. Los atentados que se cometen en países europeos asombran ante todo porque sus autores, al parecer, ya estaban integrados en la realidad europea. Lo cual, evidentemente, es una ilusión. El aceite y el agua se mezclan a duras penas. Rusia y España son ejemplos raros de que a veces se logra. O, mejor dicho, casi se logra.

 

No tengo nada en contra el señor Erdogan, quien da la impresión de ser un político que obra de modo sopesado y con sentido de la responsabilidad. El problema estriba en que el islamismo sobrevivirá en Turquía a su actual primer ministro, y nadie es capaz de predecir hoy qué formas adoptará bajo nuevos dirigentes.

Sin hablar ya de que un partido religioso en condiciones democráticas es algo absurdo de lo que se puede esperar sólo sorpresas desagradables. De ahí que la victoria de los islamistas en las elecciones democráticas, además lograda con un apoyo tan amplio del electorado, no sea un motivo de júbilo, sino de preocupación.

Es correcto afirmar que "para un partido fiel a los principios del islamismo no existe el concepto nación", pero también es obvio que los kurdos sólo pueden sentirse bien si el país está gobernado por un Erdogan moderado, no en condiciones de un islamismo radical cuyo surgimiento en tierra turca no puede excluirse por completo. En este último caso, con el fin de lograr la unidad de toda la nación, el partido islámico decidirá islamizar a todos los turcos, sin excepción alguna, incluidos los kurdos, y a los demás aspectos del problema kurdo se añadirá uno nuevo.

Se necesita tiempo para analizar bien ciertos problemas. La Unión Europea, como dueña de un condominio, tiene derecho a una reflexión serena. El error puede costarle demasiado caro.

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