El mazo barajado

Cuando retiramos el plástico en que viene envuelta, la baraja española, satinada y deslizante, nueva, trae sus naipes colocados en orden: el as de oros, el dos, el tres…, y así sucesivamente hasta el rey de bastos. Entonces los mezclamos y ya queda dispuesto el azar para brindarnos sus lúdicos caprichos. La vida y la muerte son un mazo barajado, son los cuatro palos y sus numeraciones en desorden sorprendente, de modo que con toda naturalidad puede salirnos la sota de espadas antes que el dos de copas.

Ese mazo barajado que son la vida y la muerte, con la de Carrillo ha servido para el curioso juego del anacronismo. Entre las muchas necrológicas dedicadas al dirigente comunista, hubo una de Umbral, escrita en el año 2000, que publicó El Mundo del miércoles 19 con el marbete aclaratorio de «un inédito». Lógicamente, porque decía Umbral: «Ahora muere aquel líder histórico», en un presente de estatus conflictivo, y luego su semblanza quedaba hilvanada en pretéritos, perfectos e imperfectos, para cuando fuere menester darla a la luz, que ha sido esta semana. De aquí pueden sacarse dos conclusiones al menos.

Una, que el eximio y aplicado columnista dejó los deberes hechos para el día futuro —no lejano en teoría, dado que Carrillo tenía por entonces ochenta y cinco primaveras— en que hubiese que despedirlo desde la tribuna de papel. Dos, que Umbral incurrió en exceso de optimismo al suponer que lo sobreviviría, atendiendo quizá a la lógica precaria de las fechas, temeridad manifiesta por cuanto el veterano político iba claramente para eterno en su lúcida y cetrina senectud. Lo cierto es que el escritor, unos veinte años más joven, murió en el ya casi lejano 2007. Es decir, del mazo barajado salió la sota de espadas antes que el dos de copas.

Hubiera sido conmovedor ver publicada esa necrológica que redactó Umbral antes de tiempo, pero sin que el periódico especificara esto último. Como si la hubiese enviado desde ultratumba la víspera por la tarde antes del cierre de la edición, amor constante más allá de la muerte al oficio de escribir. Para evitar espeluznos se concretó, y todo aclarado. El juego del anacronismo consistió en la ficción de leer a una persona viva que hablaba de otra muerta, cuando la realidad era que la persona muerta había vivido más. En cualquier caso, se baraje o no se baraje, el fin de este cinquillo cabrón que es la existencia no varía: tras deshacerse de una carta tras otra, termina uno siempre, antes o después, y al pie de la letra, por descartarse.

 
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