¿A quién molesta Munilla?

                Que la sociedad vasca sufre una grave enfermedad moral, causada en gran parte por la degradación, también moral, que supone la existencia desde hace años de un terrorismo nacionalista, nacido, alimentado y en algunos casos exculpado en sus entrañas, es algo que por mucha tristeza que produzca no deja de ser un hecho evidente. Una enfermedad de la que esa sociedad tardará mucho tiempo en recuperarse, aunque desaparezca la causa que lo produjera.

                Tanto en ese estado de postración moral de la sociedad vasca como en su futura y deseable recuperación, la Iglesia en el País Vasco ha jugado y está llamada a jugar un papel fundamental. Los motivos de esa influencia eclesiástica, para bien o para mal, están relacionados con razones varias de tipo histórico, cultural y hasta sentimental que desde siempre han anidado en el seno de esa sociedad. La Iglesia, los curas, han sido un referente en el País Vasco, para las personas individuales, para las familias, para los pueblos, para las instituciones. Muchos movimientos sociales han nacido al amparo de la Iglesia. Incluso en el terreno político, el nacionalismo sociológico ha estado mayoritariamente representado por el PNV, un partido que como se ha recordado frecuentemente en los últimos tiempos, al albur de su incomprensible y disparatado apoyo a la nueva ley del aborto, tenía como lema fundacional “Dios y leyes viejas”.

                Sabedora de esa situación de postración moral, el gobierno de la Iglesia universal con sede en Roma y con el Papa a la cabeza, ha decidido adoptar una serie de medidas encaminadas a intentar contribuir a esa recuperación que tanto necesita la sociedad vasca. Con toda seguridad, esa ha sido la intención última del nombramiento de José Ignacio Munilla como nuevo Obispo de San Sebastián en sustitución de Juan María Uriarte, al que muy pronto seguirá el de Mario Izeta como nuevo titular de la Diócesis de Bilbao.

                La designación de Munilla ha provocado la protesta airada y pública de un número nada desdeñable de sacerdotes y párrocos de Guipuzcoa que, de esa manera y como primera providencia, han demostrado una falta de unidad, nos sólo con su nuevo Obispo, sino con quien le ha nombrado para el cargo, el Papa Benedicto XVI, que desdice mucho de lo que debería ser la actitud caritativa, receptiva, de servicio y obediencia en personas que tienen la obligación de predicar, nunca mejor dicho, con el ejemplo.

                No se sabe si a esos párrocos y sacerdotes que han hecho público el escrito de protesta les ha molestado que el nuevo Obispo sea una persona ortodoxa en la doctrina y en la fidelidad a lo que la Iglesia ha defendido y enseñado siempre en puntos tan fundamentales como el derecho a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte, o en el concepto de familia y del matrimonio. No se sabe si les ha molestado que Munilla dijera que serían “cómplices de asesinato” todos aquellos políticos que con su voto en el Parlamento propiciaran la aprobación de la nueva ley del aborto.

                También ponen en duda esos “críticos”, los métodos de gobierno y la acción pastoral del nuevo Obispo, cuando este ni siquiera ha tomado posesión de su cargo, algo que sucederá el próximo 9 de enero. No le han dado ni un día de margen ni de respiro. Argumentan que las formas de hacer de Munilla son de sobra conocidas, porque fue párroco un buen número de años en la localidad guipuzcoana de Zumárraga, pero resulta que hay numerosísimos testimonios de personas de ese pueblo que sintieron el afecto, el calor y la cercanía del entonces párroco y dentro de muy poco nuevo Obispo de San Sebastián y que así lo han manifestado.

                Quizás lo que temen esos curas es que les llega un Obispo al que no consideran “de los nuestros”, entendiendo por esto último, un Obispo que se pueda tildar de “nacionalista” o próximo al nacionalismo. Quizás es que esos curas guipuzcoanos han estado mal acostumbrados en los últimos treinta años con los Obispos anteriores, José María Setién y Juan María Uriarte, a los que seguramente si veían “de los suyos”, Parece claro que por ahí puede ir una posible explicación de esta “pataleta” clerical.

                El problema que tienen todos los que han criticado el nombramiento de Munilla, empezando por los desnortados dirigentes del PNV, es que no pueden decir que no sea vasco por los cuatro costados, que no hable perfectamente el euskera y que no ame a su tierra natal, donde ha ejercido durante bastantes años el ministerio sacerdotal. Es decir, Munilla no es ese “tal Blázquez” al que de manera tan despectiva se refirió en su día Xabier Arzalluz, cuando fue nombrado Obispo de Bilbao.

                Con toda seguridad, Munilla no lo va a tener fácil y se va a encontrar con obstáculos y dificultades que sólo desde la fe y desde la profunda convicción de servicio a la Iglesia y a todas las personas de la Diócesis, creyentes o no, practicantes o no, nacionalistas o no, podrá superar. Todas las declaraciones que ha hecho desde que se hizo público su nombramiento ponen en evidencia que el nuevo Obispo de San Sebastián va con ese deseo y ese afán de servir, abierto a todo el mundo y con un enorme empeño de contribuir a esa regeneración moral. Seguro que en ese empeño contará con el apoyo, el afecto y la comprensión de buena parte de una filegresía que está muy al margen de las disputas clericales, muy aburridas por otro lado.

 
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