Cuando la oposición es Atlas

Cuenta la mitología griega que el titán Atlas encabezó una revuelta contra Zeus, rey del Olimpo, y que al ser derrotado se le infligió como castigo sostener la bóveda celeste sobre sus espaldas. La leyenda lo sitúa con su oneroso cargamento en el extremo occidental del Mediterráneo, más allá de las columnas de Hércules; por aquí cerca, pues. Con un buen salto conceptual y cronológico, dejando el símil en su quintaesencia, cabría anotar que la situación política en España ha tornado a la oposición en una especie de Atlas a lomos del cual se sostienen unos principios que el Gobierno y sus aliados consideran ya caducos.

Titánico por la valiosa carga que sobrelleva y titánico por su soledad –a efectos ejecutivos, que no en respaldo social ni, por ende, en número de escaños–, esperemos que también titánico por su aguante en el esfuerzo prolongado, al Partido Popular le corresponde una tarea grave, en sus dos principales acepciones: tarea de gran importancia y tarea de peso. El peso de la Nación y del Estado según lo venimos concibiendo desde 1978, como un espacio de libertades, de solidaridad y de igualdad en los derechos y en las obligaciones, todo ello sobre la base una historia común que se remonta muy atrás en el tiempo. 

Cuando tales presupuestos están en entredicho, cuando el presidente se dedica a pendonear en la «feria de las nacionalidades» a la vez que moteja de fundamentalista a quien simplemente propugna la continuidad de un sistema razonable y fructífero; peor aún, cuando se tiene la gravísima y fundamentada impresión de que, por arcanos intereses, no se actúa con la suficiente diligencia para apartar del juego democrático a quien sólo cree en él para subvertirlo, entonces ha llegado el momento de que alguien diga bien claro que ya basta, que ya está bien, que por ahí no pasamos, como afirmó Aznar en su entrevista del martes a La Linterna.      

           

Cuál sea la oposición más adecuada a este Gobierno de hojaldre, blandito, empalagoso y hueco, tan apetecible para los pantagruélicos nacionalistas, es asunto que deben determinar los cuadros de Génova sin despegar el oído de sus bases. El mansueto centrismo y los perfiles bajos dan sustos cuando se trata de ganar unas elecciones, sea desde la oposición (1993, con el frenazo de Arriola), sea desde el poder (2004, con la campaña de Elorriaga y un ZP ascendente). Tal como están las cosas, quizá este Atlas no sólo deba ser resistente y vigoroso, sino tener también la capacidad de rugir si es necesario. Con voz timbrada y buen talante, claro está.

 
Comentarios