La quema de embajadas como “performance” artístico

Las constituciones liberales —desconozco si también los Estatutos intervensionistas- reconocen y protegen los derechos a la producción y creación literaria, artística, científica y técnica. La belleza diabólica de una embajada en llamas tiene un “no sé qué” de destilación artística que causa el arrobamiento sensorial del público que atónito la admira. ¿Podría tratarse de una forma de expresión estética “sui generis”, un “performance” digno de las post-vanguardias llamado a exhibirse en la Tate Modern o en Arco? La belleza diabólica de unas viñetas blasfemas que ofenden los sentimientos religiosos y culturales más profundos de alrededor de mil millones de personas, ¿puede considerarse producción artística? ¿Su difusión responde al objeto protegido por el derecho a la “libertad de expresión” o por el derecho a “la libertad para ofender”? Ofender correcta, efectiva y eficazmente es una habilidad al alcance de todos, del listo y del tonto, su ejercicio no conlleva ningún mérito. Expresarse correcta, efectiva y eficazmente está reservado a unos pocos, es cuestión de talla moral, más que de democracias o dictaduras. Si ofender, insultar y denigrar gratuitamente forma parte de la “libertad de expresión”, las sociedades más libres serán las que de manera eficaz sepan aplicar la censura “a priori”, simultánea y “a posteriori” contra, por ejemplo, aberraciones pseudo-artísticas como las viñetas danesas. ¿Un ciudadano es más libre cuando se le garantiza que no se le ofenderá y denigrará en sus convicciones o cuando se le da la opción de ofender y denigrar a los demás? A nadie se le ocurre afirmar que la turbamulta de musulmanes que quema embajadas se dedica a la creación artística o a ejercer su derecho a la libre expresión. Sin embargo, muchos afirman que el viñetista danés y los que le han seguido el juego simplemente hacen uso de un derecho legítimo y democrático.

 
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