La semana de un conservador: de la barra del Cock al solaz de Youtube

CHICAS DE HOY. Tienen entre veinticinco y treinta años, hacen pilates, hacen cardio-fitness, se retocan de continuo el brillo de los labios, saben idiomas, saben latín, lo saben todo. Tienen muchos secretos de peluquería. Asustan a los pusilánimes aunque hay todavía un resquicio donde les somos necesarios, lejos de un futuro posthumano de inseminación artificial. Beben como hombres y sintieron atracción por un motero para –al cabo de los años- terminar con un experto en derecho registral. Gracias a Dios se acabó el grunge aunque llegan bastas, peligrosas, modas de extrarradio: ahí ellas dejan de ser archiduquesas y las tratan como a ciervas del harén. Otros, con José Antonio, esperamos el amanecer de una España ‘alegre y faldicorta’. De momento, el verano ya está ahí y habrá que ver la novela que triunfa este año en las piscinas y va a la playa junto al bote XXL de after-sun. Nos dan algo así como lo femenino revelado, las ligerezas morales del siglo que comienza, un tatuaje por sorpresa en el tobillo.

CAIPIRINHAS. ¡Barra materna, magnífica, acogedora, del Cock, donde las noches de diez horas duran una como cuando fuimos jóvenes! La titilación interior comienza por Cibeles, el nerviosismo repunta por Barquillo y el consenso se fragua en un instante: abrevar sin parar es la consigna y hay que dejarse caer a beber en algún sitio. Saludamos al portero, réplica de Miguel Ángel Cortés; el barman ya prepara la pungente lima, el aparataje plateado, el vaso mezclador. En esencia, la coctelería es tener muñeca y yelo. El predicamento ramplón de la caipirinha se esfuma como fantasma cuando llega el vaso ‘old-fashioned’, los matices del verde, esa vivacidad de la cachaza siempre un punto menos dulce que el ron joven. Hay que volver a las bebidas blancas, jóvenes. Flotan filamentos del corazón del cítrico y aún estamos a tiempo de inventar la noche: a la media docena más bien lo que hay que hacer es irse a casa.

PAMELA ANDERSON Y PARIS HILTON. De Pamela Anderson a Paris Hilton se decanta el erotismo contemporáneo de las masas hacia una belleza sin misterios, sin equívocos, con subrayado especial en lo mamario. No es que se tengan muy en cuenta la delicadeza o el pudor. A ellas, en buena parte, se hace difícil mirarles a los ojos pero cabe sospechar que tampoco es eso lo que buscan. Paris Hilton, tal vez, tuvo que desarrollar un alma de verdulera para sobrevivir a una infancia en el Waldorf. En cuanto a Pamela Anderson, ya hará mucho con sobrevivirse a sí misma. Un tema de estudio es la relación entre la vulgaridad y la belleza: incluso el alabastro es carne y de pronto aquella belleza de otro mundo se rasca sin disimulos una axila.

EL CURA DE LA INFANCIA. Tantos años después, reaparece el cura de la infancia, el cura que se pasaba por la clase a confesar cuando nos confesábamos de impuntualidad con los deberes o de haber tirado de la coleta a alguna hermana. Sigue como era, sigue con sotana, una prenda hecha para no quitar el frío en el invierno y aumentar el calor en el verano: así se pasea por la calle, escándalo para los judíos e irrisión de los geómetras, como si también hubiese entregado su reputación. Lleva por el mundo la locura de Dios y el amor de lo Invisible.

YOUTUBE. Veamos en Youtube una válvula de solidaridad espontánea donde alguien sube para ti el gol que querías ver o la canción que querías escuchar. Hay de todo: también mucho narcisismo, casi siempre matizado por el humor, y famas de un instante. Youtube no nos cambia la vida pero le da una sustancia de alegría a las horas de trabajo cuando de pronto volvemos a los oldies-goldies y la asistenta marroquí nos coge interpretando Volare uooo-oh-oh y sin embargo entiende el sentimiento.

 
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