La similitud con Rusia es notable, pero la realidad es otra

Recuerdo que en la época de Yeltsin noté con asombro la coincidencia de acontecimientos en mi país y en el Perú. Echemos la vista atrás… Casi simultáneamente fueron disueltos los parlamentos en Perú, por decisión del entonces presidente, Alberto Fujimori, y Rusia, gobernada en ese momento por Borís Yeltsin.

En Perú se inició la lucha antiterrorista, y en Rusia la primera guerra chechena, iniciativas que les valieron a ambos presidentes acerbas críticas por parte de los defensores de los derechos humanos, quienes no se mostraron muy atinados porque se negaban rotundamente a tener en cuenta la realidad, el carácter específico de un enfrentamiento en el que las reglas eran dictadas en muchos casos por el enemigo. En Perú, a los maoístas de Sendero Luminoso les gustaba mucho mutilar a los rehenes a machetazos; los chechenos seguían gustosos ese ejemplo, pero decapitando a los prisioneros.

Dicho todo lo cual, existe una substancial diferencia: Fujimori ganó su guerra, mientras que Yelstin la perdió. Para obtener una victoria, por lo demás dudosa, en Chechenia se precisó una nueva campaña militar que fue desencadenada ya por su sucesor. Al cabo, Fujimori se vio obligado a huir del país, mientras que Yeltsin —quien no gozaba de las simpatías del pueblo— fue enterrado con honores máximos.

Últimamente, el paralelismo que se trata de establecer une a la Rusia de Vladímir Putin con la Venezuela de Hugo Chávez. Y es cierto que se observan algunos rasgos similares, aunque prevalecen las discrepancias.

Hablando de las similitudes, en política lo es el carácter formal de la democracia en ambos países. Y subrayo lo de “formal” porque, pese a la existencia de los instrumentos democráticos universalmente reconocidos: parlamento, elecciones, principio de división de poderes, oposición, medios de comunicación en la oposición, etc., la democracia no florece.

En lo que respecta a la economía, son sus riquísimos recursos energéticos los que permiten a ambos países mantenerse a flote, y sirven de palanca para la realización de las reformas.

Pero aquí se acaba toda similitud; el resto son discrepancias. El régimen de Hugo Chávez es producto de una serie de gobiernos anteriores formalmente democráticos y formalmente de mercado que no manifestaron deseo alguno de solucionar los problemas sociales; bien al contrario, optaron por la corrupción y la demagogia. El hecho de que el país se haya volcado bruscamente a la izquierda, siguiendo al populista y demagogo Chávez en un camino que le lleva de una seudodemocracia a otra, es una nueva desgracia para Venezuela que se convierte en una lección para otros países, incluida Rusia: la democracia formal adolece de un sistema inmune débil en extremo cuyo enemigo más temible es el populismo.

La Rusia actual tiene otros orígenes, la denominada democracia socialista y la economía planificada. Y aunque hoy nadie sabe qué es exactamente lo que se está construyendo en Rusia, se puede afirmar que no es el socialismo del siglo XXI tan querido por el comandante Hugo. Aún hay esperanza de que la democracia rusa complete su fase adolescente y entre en un periodo de normalización. Por el contrario, la “democracia chavista” no tiene la más mínima posibilidad de salir adelante, lo único que puede alcanzar es una democracia socialista (dictadura) de corte cubano. Véase el culto a la personalidad de Chávez impuesto con ayuda de consejeros venidos de La Habana.

No podemos negar que tanto en Venezuela como en Rusia existen fuerzas deseosas de convertir a los presidentes actuales en jefes vitalicios, pero tampoco que la reacción de ambos líderes ha sido diametralmente opuesta. Mientras Chávez acaba de someter a la consideración de su parlamento títere el proyecto de reforma de la Carta Magna para asegurarse la presidencia eterna, Vladímir Putin se mantiene firme y no deja de defender la Constitución de la Federación Rusa. Y creo que Putin hace bien: cuando el timonel no acepta el relevo, la catástrofe es inevitable.   

 
Comentarios