Me sumo

Miles de personas han firmado una carta para dar la bienvenida al Papa Benedicto XVI, con motivo de su próxima visita a España. El gesto cobra especial relevancia en el actual clima de hostilidad hacia la Iglesia Católica. Nuestro país está siendo testigo de excepción de la enésima campaña de acoso y derribo a los católicos, que forma parte en realidad de otra vieja pretensión, la de derruir uno de los grandes pilares de la civilización occidental. Pretensión, por otra parte, casi más antigua que el propio cristianismo y, por fortuna, ineficaz hasta el momento.

La visita del Papa resulta más oportuna que nunca. Santiago de Compostela y Barcelona no sólo acogerán la visita del máximo responsable de la Iglesia Católica, sino también la de uno de los grandes pensadores de los últimos tiempos. Durante toda su vida, Ratzinger se ha mostrado como un hombre empeñado en ahondar en el crucial entendimiento entre fe y razón, para interpretar correctamente el mundo, para hacer que el mensaje cristiano esté realmente al alcance de todos y coopere de hecho al bien común, y para hacer, en definitiva, a los hombres más felices, y más libres. No es casualidad que el lema de su pontificado sea precisamente, “Cooperadores de la Verdad”.

El Papa no viene a España a ver a los católicos. No viene a hablar para sus adeptos, ni para sus fans, ni para sus seguidores, como ya se ha escrito con atrevida ignorancia. El Papa viene a encontrarse con los españoles, sin distinción alguna. Acude a España a hablar a todos. A los suyos y los que no lo son tanto. Viene a dialogar sobre las grandes cuestiones de la existencia, del hombre y del mundo con todo aquel que esté dispuesto a hacerlo, porque ése es el espíritu que ha caracterizado su trayectoria, con independencia de interesados perfiles que se vertieron en muchos medios en los días posteriores al inicio de su Pontificado. Perfiles que hoy, a la luz de los hechos y las palabras, son agua pasada.

Y acude a España en un momento particularmente difícil. A su llegada se encontrará un país sumido en una profunda crisis económica y en una aún más profunda –por imposible que parezca- crisis de valores. En tales circunstancias, más que nunca, nuestro país está necesitado de discursos inteligentes que potencien el interés por la verdad, por el bien, y por la justicia. Por eso es una gran noticia la visita de uno de los grandes referentes morales de la historia reciente. El Papa viaja a nuestro país para transmitir un mensaje que muchos creyentes interpretarán en clave trascendental, pero que estará también al alcance de quienes no tienen fe. Al fin y al cabo el conocimiento de la existencia del bien y el mal es algo accesible a todos los hombres mediante la razón y la ley natural. Y es muy probable que Benedicto XVI venga a recordarnos los peligros de convertir la verdad en algo subjetivo, impreciso o relativo. Y a hablarnos de la alegría, de la belleza, de la libertad, y de la vida, en unos términos que, a quienes se atrevan a recoger la invitación a escuchar, sólo podrán ocasionar beneficios.

Los medios de comunicación españoles tienen una extraordinaria ocasión para comportarse con justicia ante la visita de Benedicto XVI. Para bien o para mal, en sus manos está la responsabilidad de que el mensaje del Papa a los españoles llegue sano o plagado de manipulaciones. En un momento de absoluta sequía de valores como el que atravesamos, esa responsabilidad no es algo menor, y recae sobre todos y cada uno de los que se encargarán de las informaciones sobre la visita del Papa a España. Antes de afilar sus plumas y tratar de interpretar sus palabras desde el acaloramiento dominante, tal vez les convenga acercarse al primer texto mayor de su Pontificado, la encíclica "Deus caritas est". Un texto sobre el amor, actual, enérgico y conmovedor. Un texto accesible y universal. Un texto profundamente filosófico y, por tanto, profundamente humano.

Comprendo que es sencillo dejarse invadir por la disputa superficial imperante. Es fácil tragar con la monserga de la polémica fácil, la generalización injusta, y el eslogan anticlerical de ayer, de hoy y de siempre. Hacerlo no requiere ningún esfuerzo extra, ni tiene demasiadas consecuencias. En cambio, es difícil afrontar la otra postura, la que deja la puerta abierta a la curiosidad. La que cree en el debate intelectual, en el bien y el mal, en el hombre y en la dignidad humana. Allá cada cual. Pero conviene recordar que quién realmente tiene algo que ganar con la visita del Papa a España es aquel que tenga la valentía de enfrentarse a la propuesta intelectual, moral y humana que sin duda tratará de trasladar con sus palabras a todo el pueblo español. Por eso comprendo el gesto de cariño, de responsabilidad, de educación, de inteligencia, o de lo que sea en cada caso, que han demostrado los ilustres y anónimos firmantes de la carta de bienvenida al Papa. Lo entiendo y me sumo a ellos sin dudarlo para dar la bienvenida a España a Benedicto XVI.

 
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