El último chocolate con churros

Cuando suene la última campanada habrá pasado todo. Empezaremos de cero. Tras ese instante, los abrazos, tal vez las lágrimas, la emoción contenida y el ruido de los petardos en las calles. A Ramontxu ya no se le escucha. La televisión sube el volumen pero ni así consiguen distraernos de nuestras celebraciones. Muchos van directos al espejo, a darse los últimos retoques antes de pasar el duro trámite de la fiesta de Nochevieja. En pocos minutos, los cerrojos de las puertas de los bares comenzarán a abrirse mientras los teléfonos móviles y fijos dejan de funcionar. Dicen que la red está saturada, si es que dicen algo. El 2007, impecable, de estreno. El 2006, ya en el armario, durmiendo.

Es casi una necesidad vital del hombre hacer borrón y cuenta nueva cada cierto tiempo. Fin de año es un clásico ya de esos rituales humanos. Y para empezar bien el año, quienes pueden, se apuntan a fiestas privadas en locales de toda la geografía española. ¿Qué sucede en esas fiestas?

Fiestas para todos los gustos y colores. Para gente mayor y para jóvenes. En las fiestas de gente mayor hasta los más ancianos bailarán “La Tortura” de Shakira y en las de los más jóvenes terminarán cantando y bailando al ritmo de Fórmula V. Curioso fenómeno que sólo se produce una vez al año. Circularán las copas como si fuera la última noche del año –aunque en realidad sea la primera- y, según dice la prensa, cientos de desgraciados jugarán a machacarse el cuerpo e hipotecar su futuro con otro tipo de sustancias bastante más peligrosas. Después, como cada 1 de enero, caerán como moscas decenas de vidas e ilusiones en las cunetas. Quienes los acompañaban no serán capaces de volver a probar el chocolate con churros porque ese será el último recuerdo, la última foto junto a Marta, Javier o Fernando. Lo vemos todos los años y no se nos saltan ya las lágrimas al leerlo el día 2 de enero. El año que viene habrá sillas vacías en casa o en la casa del vecino y habrán pagado además muchos justos por pecadores.

Esta rutina de fin de año muestra la contradicción del ser humano, capaz de poner un precio altísimo a una vulgar noche de fiesta. Después volverá a sonar el “ya no volveré / a la nacional VI / porque allí un amigo / murió al amanecer” de Javier Teixidor, tal vez en boca de Los Secretos, pero muy pocos habrán aprendido el estribillo. Podremos encogernos de hombros un año más y alzar las copas por los que están, los que se fueron y los que se marcharán.

Al día siguiente todo habrá pasado. Todos tendremos cientos de anécdotas que contar y llevaremos todavía la resaca de las canciones que nos torturaron –o no- en la Nochevieja de 2006. Días después, el día de Reyes, Melchor, Gaspar y Baltasar tendrán que tirar algunos de los regalos porque ya no tendrán sentido. Los de Marta, Javier o Fernando en el mejor de los casos serán sillas de ruedas y operaciones quirúrgicas.

Cada Nochevieja nos quedamos sólo con las canciones, los abrazos y los brindis y nos resulta desagradable pararnos a contemplar esta otra realidad. Tal vez este año podamos convencer a tiempo a Marta, a Javier o a Fernando para que la noche del día 31 no muevan su coche del garaje o para que no se suban en el de su amigo del alma, ese que asegura que “está perfectamente para conducir” mientras se le caen las llaves al suelo.

Que la única desgracia de esta Nochevieja sea tener que aguantar al típico pinchadiscos hortera, capaz de mandarnos a la cama sin posibilidad de degustar el chocolate con churros con sabor a cubata.

Feliz año a todos.

 
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