El Credo Legionario: un hecho diferencial

Monumento a la Legión, en Madrid (Foto: Javier Milans del Bosch).
Monumento a la Legión, en Madrid (Foto: Javier Milans del Bosch).

«Los legionarios, sea cual fuere su origen, su condición física o su altura intelectual, se sienten identificados con su Credo, lo viven, lo manifiestan, hacen del mismo una profesión de fe en la que se abrazan con los suyos».

Excmo. Sr. General de Brigada (R) D. Adolfo Coloma Contreras.

El General de Brigada (R) Adolfo Coloma Contreras.
El General de Brigada (R) Adolfo Coloma Contreras.

Siempre me han gustado las historias de los viejos lobos de mar y sus trepidantes aventuras por lejanos mares y océanos. Sin ir más lejos, recuerdo la novela Moby Dick de Herman Melville y aquella extenuante persecución del capitán Ahab para cobrarse una venganza que, al final, desembocaría en su propia tragedia y la de casi toda la tripulación del Pequod, su barco. Sin duda, la obsesión, como la de aquel marinero por la ballena, nunca fue ni será un buen acompañante en nuestro devenir por la vida.

Sin embargo, no pretendo zarpar, navegar, levar anclas, dar un paseo marítimo o escribir sobre afrentas, obsesiones o cuentas pendientes, sino recordar a otro tipo de «viejo», de sabio, de profundo conocedor de la Legión, de protector de un cofre con recuerdos centenarios, de Tierra e Infantería, de nobleza y milicia, «de buenas obras, íntegro en la doctrina, de porte digno, de palabra sana e irreprochable», como escribía Timoteo, discípulo de Pablo de Tarso, y, sobre todo, de ecuánime y objetivo juicio.

Hace unos meses, el Excmo. Sr. D. Adolfo Coloma Contreras presentaba en Madrid El Credo Legionario: cien años de vida dando a entender las razones de su publicación. Entre ellas, indudablemente, no pudo ocultar la principal: un ensayo que, a través de más de un siglo, recorre el propósito inicial y posterior trascendencia de este código de conducta de la Legión Española con el ejemplo y praxis de sus damas y caballeros legionarios. 

Ni que decir tiene que los doce espíritus de ese credo son imperativos y acaparan protagonismo y justo reconocimiento entre las páginas de un libro de ágil y entusiasmada lectura para aquel que ha pisado cualquiera de los Tercios desde los primigenios legionarios allá por 1920. Como en aquel bautismo de fuego, sus dictados siguen en boga, guardados a buen recaudo, grabados a sangre y fuego en el corazón de los «legías» como el más valioso de los tesoros legados desde la época fundacional. Y, en la actualidad, no hay relativismo ni materialismo posibles que valgan: el Credo no es una pisada en la arena que se borra con el paso del tiempo ni la ola del mar que rompe antes de llegar a la orilla. Tampoco se ajusta al tráfago de esa cotidianidad de prisas y urgencias que nos azuzan diariamente. Es algo más, ¡mucho más!, y hay que aprenderlo, adquirirlo, vivirlo, sentirlo  y gritarlo. Su explosividad al recitarlo es tal que, con altivo y desafiante eco, siempre se postula como el reto existencial de la vida del legionario y el combate final contra su eterna novia, la Muerte, como quedaría retratado en el famoso cuadro de Colmeiro a través de una partida de ajedrez. A buen entendedor, pocas palabras.

Credo Legionario.
Credo Legionario.

Por claras alusiones y justas causas, el general Coloma, como buen caballero legionario, es firme cumplidor de su palabra y, fiel en sus cometidos o compromisos, obra en consecuencia. Así, la piedra angular es la base, el sustento, la esencia que nos otorga el contenido de párrafos y líneas de una obra vital para trasladarnos al origen, a la génesis, a aquellos carteles con los espíritus –ya citados por D. José Ortega Munilla en un artículo de prensa en el ABC del 6 de enero de 1921– en las encaladas paredes del Cuartel del Rey en Ceuta. Para los entonces recién llegados al acuartelamiento, era un toque de atención, el primer «aviso a navegantes» de los muchos que, vía órdenes y férrea disciplina, iban a escuchar durante su servicio en el Tercio de Extranjeros.

De esta manera, el general Coloma lo deja entrever en la breve introducción aduciendo que el retraso de su obra se ha debido a diversas y extraordinarias consecuencias sobrevenidas en los últimos tiempos una vez expirados los lamentablemente poco festejados fastos del Centenario Legionario debido a la pandemia, exhumados los restos del comandante Franco y comprometido el prólogo del teniente general D. Agustín Muñoz-Grandes (q.e.p.d.), referente militar del autor, antes de su marcha al V Tercio, donde ya forma la vanguardia celestial en compañía de aquellos legionarios que nos precedieron en el encuentro con nuestro Protector, el Cristo de la Buena Muerte.

Por otra parte, algo después de lo previsto –nunca llueve a gusto de todos–, el ensayo va al grano y, sin rodeos, desnuda la historia desde la creación del Tercio de Extranjeros, señala el propósito y el anecdotario en torno al paradigma de vida legionaria y subraya ese significativo «hecho diferencial» –como reza el título de este artículo– que, en lo referido a la moral, marca las diferencias con no sólo otras unidades militares nacionales o internacionales, sino también con oficios de otros ámbitos laborales carentes de un código que impulse y promueva valores ahora en desuso dentro de sus plantillas de trabajadores. Ni que decir tiene que el Credo Legionario es un hito, un referente, un marcador de pautas que, ante la palmaria ausencia de valores, ha de guiar las directrices de la sociedad civil además de promover y recordar nuestra a veces distraída cultura en cuestiones relacionadas con la Historia y Defensa de nuestra gran Nación.

 

Y todo ello es equiparable a la realidad que vivimos, a una sociedad civil huérfana de tantas y tantas cosas, de virtudes y valores, de héroes, de iconos o modelos capaces de convertirnos en algo mejor de lo que somos o ese ideal al que aspiramos. Tampoco es que sea tan difícil, pero sí que, por modas, tendencias o intereses ideológicos, los individuos de nuestro entorno lo pasan mal o, por desgracia, peor de lo que deberían. Ese plus, también, lo aportan los «recitadores» de todos y cada uno de los espíritus cuando, como civiles, dejan la Legión para integrarse o retornar a ese mundo laboral tan necesitado de ejemplos prácticos del carácter y estilo impregnados por su fundador, el general Millán-Astray.

Como diría Guillermo Rocafort, historiador y antiguo caballero legionario, «hay que conocer la Historia en profundidad para comprender el rico legado histórico que atesora la Legión. Este es el milagro de Millán-Astray: reconciliar a los más descarriados con la Patria y convertirles en sus mejores soldados».

A pesar de injustos e infundados ataques –la Justicia dixit y sentenció– contra la egregia figura del héroe mutilado de África y Filipinas, el general Coloma se atreve a comprometerse en un estudio sin complejos ni medias tintas, con relevantes aportaciones y testimonios capaces de contener voces, remover conciencias y, sin tapujos, callar bocas contrarias a cualquiera de las contrastadas conclusiones y evidencias respecto al germen de ese Credo Legionario y su desarrollo evolutivo en estos más de cien años. Emulando a Catalina de Siena, el autor nos insta al «basta de silencios y a gritar con mil lenguas» de la santa italiana. Callarse, pues, no es la mejor opción ante la inmensa oscuridad de tinieblas actuales como consecuencia de la tibieza.

Por otra parte, el lema guerrillero «Por España me atrevo» es santo y seña de una obra ajena a censuras e improperios que, objetivamente valorada la reciente legislación de España, suele ser sospechosamente incierta e injusta con la verdad histórica de la Legión y sus héroes. Además, en tiempo de penurias sociales, el compromiso del autor y su humilde muestra de compañerismo con los más desfavorecidos queda fuera de toda duda al ofrecer los beneficios de la obra al SAC (Servicio de Atención al Compañero) de la Hermandad Nacional de Antiguos Caballeros Legionarios. Allí, también, el general ha sido el primero en dar un paso al frente como voluntario para esta ardua misión. De casta y traditio, le viene al galgo.

Cuando los sentimientos de un legionario laten, como el sonido de los tambores y trompetas de sus bandas de guerra, no hay enemigo capaz de resistirse a su fuerza, ni siquiera con el uso de la desequilibrada razón como burda excusa de mentiras, una irreconciliable conciliación o posibles consensos modificados por la sesgada balanza en los criterios y diferentes varas de medir en función del litigio. Con razón o sin ella, el legionario, junto a su particular y exclusivo credo, entra en acción.

Sin temor a equivocarse y muy a propósito del dictado y pervivencia de esos espíritus, así lo testimoniaba el Excmo. Sr. Teniente General D. Julio Salom Herrera en una entrevista: «Cien años en los que toda la sociedad ha cambiado, también el Ejército y su Legión, pero en la que siempre ha pervivido, contra viento y marea, el espíritu que emana de doce sentencias que conforman el Credo Legionario, nervio e insignia de todos los que nos creemos legionarios. Doce órdenes que nos incitan a ser diferentes, no mejores, a buscar siempre la vanguardia, a auxiliar al compañero en peligro, a cumplir con el deber, trabajar en lo que le manden y hacer de la Bandera la más gloriosa».

No hay espacio para la falsedad o la incertidumbre. Los «legías» atienden, piensan y, desde la fase inicial de instrucción, ejecutan la orden del mando de rapidez. La gloria de su pasado no merece atisbo de procrastinación alguna ni el más mínimo resquicio de relajación o pasotismo, sino la exigencia del deber cumplido, la disposición y disponibilidad a pesar de que nuestro tiempo indignamente se adhiera a otro tipo de actuaciones ajenas a lo vivido y aprendido en los Tercios. Lo que importa es el método, el rigor aplicado al pensar y obrar, la constancia, el arrojo, la acometividad y la valentía. Y es ahí donde entrenamiento, esfuerzo y voluntad aúnan sus significados para ser un todo, como ese corpus de espíritus del Credo Legionario. Y es ahí donde se crea el hábito, la costumbre, la solidaridad, la fuerza y solidez de un grupo que no permite dar tregua a la vacilación. Y es ahí donde la duda ni duele ni ofende; simplemente, no existe.

El ejemplo de damas y caballeros legionarios es una puesta en práctica sin tacha ni defecto, sin lugar para la duda o la incertidumbre que, por desgracia, se estilan y, descarriadas, pululan por los infinitos laberintos del dubitativo presente que nos ha tocado vivir a sabiendas de que el Credo Legionario siempre estará en vanguardia para dotarnos de suficientes «armas» y notables argumentos capaces de preservar la calidad moral y el bienestar espiritual de nuestra decadente sociedad.

Monumento a la Legión, en Madrid (Foto: Javier Milans del Bosch).
Monumento a la Legión, en Madrid (Foto: Javier Milans del Bosch).

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